En el mundo de los consultorios y los médicos suele utilizarse la expresión “segunda opinión”. Esto implica que el diagnóstico es insuficiente, especialmente si requiere de una intervención quirúrgica o si fue detectada alguna enfermedad degenerativa. En este caso, el paciente inicia una búsqueda de datos que le permitan comprender su situación para dar el siguiente paso.
Existe una relación directa entre información y decisión. El hombre de negocios, por ejemplo, habrá de analizar detalladamente el mercado, la competencia, el marco legal y la estabilidad económica si pretende disminuir el inevitable riesgo de invertir. Este esquema se repite en casi todos los ámbitos. Así pues, en un país como México -donde la principal fuente de información es la televisión- resulta preocupante que la “segunda opinión” sea idéntica a la primera y que las opciones terminen ahí.
Televisa y Televisión Azteca conforman lo que algunos llaman “el duopolio televisivo”. En sus canales concentran no sólo a la mayoría del público sino la única versión disponible de la realidad para millones de mexicanos porque, en la práctica, suelen repetir el mensaje aunque modifiquen las formas. La aparente competencia entre emisoras podría reducirse a un asunto de caras y colores.
La concentración de medios de comunicación no le conviene a nadie fuera de los concesionarios y del gobierno. Los ciudadanos, aunque desconozcan los riesgos históricamente comprobables de la centralización informativa, no deberían ignorar que el Estado está obligado a garantizar la libertad de elegir. Este derecho, pieza fundamental del liberalismo teórico, pasa necesariamente por la libertad de asociación y de prensa.
Cuando el Estado, en lugar de promover una opinión pública informada, limita las fuentes de información y negocia con las existentes una línea editorial complaciente, no está defendiendo a la ciudadanía sino los intereses personales y políticos de quienes supuestamente deberían representarla. Así es como se transita hacia el totalitarismo y se le financia indirectamente con el erario.
Reducir la cobertura informativa o dirigirla hacia temas cómodos pone en peligro la integridad gubernamental. La prensa libre es clave para controlar la corrupción, señala Paul Starr, investigador en Comunicación y Asuntos Públicos de la Universidad de Princeton. “Decir que la corrupción brota más fácil cuando los que tienen el poder no le temen a quedar expuestos no es una simple especulación”, sostiene el catedrático.
La televisión oculta más de lo que informa. Una sociedad conformista que replica una visión parcial de la realidad, patrocinada por la administración en turno con fines propagandísticos, atenta contra su libertad sin saberlo. Es necesaria una mayor diversidad de voces. Habrá que exigirlas porque en asuntos nacionales, incluso una auténtica “segunda opinión” sería insuficiente.