miércoles, 28 de octubre de 2009

Manufactura del consenso

Nada sorprende más a quienes analizan el mundo que la facilidad con la que una mayoría es controlada por pocos. Así introduce David Hume, pensador clave de la filosofía occidental, su concepto de opinión pública. Hume defendía en el siglo XVIII una máxima que la Constitución mexicana reconoce a la fecha en su artículo 39: todo poder dimana del pueblo. Convencido de esto, Hume señalaba que el único soporte del gobernante era la opinión de los gobernados, tanto en los regímenes despóticos como en los populares.

Esta realidad, hábilmente enmascarada por la autoridad en turno, es ignorada por gran parte de los “soberanos” pero es prioridad de la minoría gobernante. Los políticos y funcionarios perciben a los medios de comunicación como instrumentos de persuasión masiva, como aliados efectivos en la necesidad de moldear la opinión pública. Es natural su fascinación por captar la atención mediática y ganar tiempo o espacio con sus declaraciones (por decirlo eufemísticamente).

Todo lo anterior garantiza la alianza, también natural, entre el poder público y los medios. De lo contrario, la presunción de apoyo mayoritario –requisito mínimo para impulsar cualquier acción de gobierno- se disolvería en la pluralidad inherente a un sistema que motivara la diversidad ideológica. Walter Lippman, propagandista estadounidense en tiempos de la Primera Guerra Mundial, decía que la democracia es la “manufactura del consenso”.

El método es simple y supone complicidad. En las buenas y en las malas. La continuidad de esta relación simbiótica depende del apoyo palpable (rentable) a las actividades del otro, aunque éstas incurran en violaciones flagrantes a los principios y valores defendidos públicamente por las partes. ¿Por ejemplo? La guerra en Irak y la cobertura patriótica de CNN a las hazañas militares en el territorio recién “liberado”. Aurora Labio, investigadora de la Universidad de Sevilla, lo expresa así: “La maquinaria ha de seguir funcionando, aunque en el camino pueda quedar más que herida la verdad”.

La mentira se vuelve protagónica, aunque la honestidad sea un valor compartido en el discurso de políticos y periodistas. ¿Qué sería de ellos sin su credibilidad? David Hume insinúa con su argumento la respuesta. Cualquier relevo en el poder, aunque fortaleciera momentáneamente la libertad de expresión en la euforia del cambio, terminaría favoreciendo una visión única (y por lo tanto excluyente) de la realidad. Lo emergente se vuelve “amenazante” y lo diferente “intolerable”.

Esto último explica la reducción del presupuesto a la publicidad en revistas por parte del gobierno federal. No importando su nivel de coincidencia con Los Pinos, se pretende la desaparición de los medios que fragmentan a la audiencia. Proceso y Etcétera lo denunciaron pero ni Vértigo se salvó. Para un mandatario, es más provechoso apostar a la masificación comprobada de la televisión que a la supuesta numerosidad de quienes –comprando revistas diferentes- muestran su interés en temas como: automóviles, política, espectáculos, mascotas, música, salud o tecnología.

En épocas donde los impuestos hacen honor a su raíz etimológica, donde una guerra por “nuestra seguridad” ha ensangrentado las calles y donde los cambios “de fondo” son las mañas de siempre, conviene recordar el origen del poder político. Cuando la pluralidad informativa se ve amenazada por tendencias totalitarias es importante saber que continuidad del disenso es una apuesta a la cordura y que esto pasa necesariamente por los medios de comunicación.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Aplausos y carreolas

El olvido y el desinterés son las apuestas actuales de la cobertura noticiosa a la extinción decretada de Luz y Fuerza del Centro, un ejemplo más de la distorsión mediática de un suceso de alto impacto y trascendencia.

Un acontecimiento clave para juzgar el sexenio de Felipe Calderón terminará desterrado de la agenda informativa. Su importancia será progresivamente disuelta en la trivialidad inherente a los distractores que surgen de la obligación remunerada de los medios oficialistas en su intento de minimizar incomodidades a la administración en turno.

El fenómeno del “olvido mediático” demuestra, según la investigadora española Ainara Larrondo, la incapacidad de los medios y de los profesionistas que los integran para llevar a cabo una configuración informacional con base en los parámetros éticos del Periodismo. “La pérdida de interés informativo no hace desaparecer el problema, puesto que las causas y los efectos de esos hechos se alargan en el tiempo”, escribe Larrondo.

La irresponsabilidad de los medios sugerida por estas consideraciones teóricas alcanza niveles insultantes cuando más elementos, como los factores de interés periodístico, se agregan al análisis. Este concepto engloba las posibles respuestas a la pregunta “¿Por qué las noticias son noticia?”. Algunas son: por la actualidad, la proximidad o la magnitud de los hechos, la existencia de un conflicto o la expectación del público.

Aunque estos filtros sean desconocidos para la mayoría de los lectores, radioescuchas o televidentes, son la razón detrás de la jerarquización informativa que reciben en forma de “noticias”. El 2 de abril de 2005 es una fecha que ejemplifica este hecho. Ese día se registró un histórico empalme informativo: la agonía del papa Juan Pablo II y la procedencia del desafuero al entonces jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador.

Mientras se creía que la muerte del jerarca católico podía ocurrir en cualquier momento, las aguas de la política nacional se revolvían con la posibilidad de que un aspirante a la presidencia perdiera su lugar en la contienda electoral. La prensa justificó con factores de interés la desición válida de opacar momentáneamente alguno de los temas. Para las televisoras, la “magnitud” del fallecimiento del papa superó la “proximidad” de un conflicto político.

Considerando todo lo anterior, sostengo que la cobertura televisiva del caso de Luz y Fuerza ha sido parcial, irresponsable e insultante. Parcial porque la Secretaría de Gobernación escribe con sus comunicados el guión leído por los informadores, irresponsable porque niega el seguimiento a un tema de interés nacional, e insultante porque prefiere transmitir un minuto de aplausos al presidente de la República o establecer como nota principal el atropellamiento de una bebé con todo y carreola en el metro de Australia.

Vivimos en tiempos donde la “responsabilidad social” de los medios se define exclusivamente en términos de su propio beneficio. Ni la ética ni las nociones básicas de la práctica periodística se manifiestan. ¿La “alabanza al gobernante” es un factor de interés noticioso o propagandístico? ¿Por qué los aplausos a Calderón son significativos para el país? ¿Cómo explicar que un incidente en Australia ocupe los primeros minutos de un noticiero de información nacional? El cierre de una paraestatal y los inicios de una crisis social insinúan la respuesta.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Palabritas

No es lo mismo un manifestante que un quejoso, un atentado que un accidente, pacificar que reprimir, o tomar que asegurar. Aunque estos términos sean utilizados para describir hechos semejantes, sus implicaciones ideológicas son opuestas. La obsesión por elegir la palabra correcta -típica de lingüistas, literatos y juristas- pasa inadvertida para el lector promedio, pero se vuelve exigencia cuando el objetivo del texto es la explicación precisa de un acontecimiento, por ejemplo, en el ámbito periodístico.

Sucesos complejos y trascendentes, como la “extinción” decretada de Luz y Fuerza del Centro, son oportunidades únicas para que la ciudadanía evalúe a sus medios. La prensa renuncia con mayor facilidad a la presunción de balance en tiempos de definición o conflicto; es cuando suele entregarse voluntariosa a las ventajas de una narración tendenciosa. Aquí, el análisis de las omisiones y las palabras elegidas es clave para comprender las lealtades e inclinaciones de quienes -más por rutina que por definición- se hacen llamar “periodistas”.

Escuchar que el operativo de la Policía Federal en las instalaciones de Luz y Fuerza del Centro fue “pacífico”, obliga a repensar la paz. El adjetivo, utilizado por Milenio Televisión en su crónica, proclama la ausencia de disparos o heridos, pero asume que la amenaza de violencia -típica de la demostración de fuerza- es pacífica mientras no se concrete. Bajo esta visión, un asaltante que amaga y no dispara merecería no sólo la exculpación sino el reconocimiento. Si el colapso de la paraestatal hubiera sido “pacífico” habría omitido las armas.

Lamentablemente para los redactores y porristas de la generosidad gubernamental, se esperan marchas multitudinarias contra los actos “pacíficos” del gobierno federal. Los manifestantes recibirán trato de provocadores, de ciudadanos que pisotean los derechos de terceros y “desquician” la capital. Habrá que entrevistar a automovilistas molestos y buscar declaraciones condenatorias de funcionarios o empresarios. Éstos últimos, quizá los únicos capaces de organizar movimientos de protesta civil que estén a la altura de la “moral” fijada como límite a la libertad de expresión en el sexto constitucional.

Lo anterior, fue evidente en la cobertura periodística de la marcha “Iluminémos México”, convocada por la televisión en agosto del 2008. La nota redactada por Noticieros Televisa transformaba a los quejosos en “víctimas de algún delito” y describía el avance del contingente en términos de emoción acrecentada. Ese día, el ojo del reportero observó a los turistas “curiosos” que apoyaban a los manifestantes desde las ventanas de su hotel. ¿Podría esperarse este nivel de enaltecimiento informativo tras una movilización del Sindicato Mexicano de Electricistas? Claro que no. ¿Por qué?

José Luis Arriaga, académico de la Universidad Autónoma del Estado de México, sugiere una respuesta: lo que se dice de los eventos y personajes varía según las circunstancias. Como ejemplo, el fallecimiento de un ser humano requerirá de verbos diferentes dependiendo del contexto: si era un policía fue “asesinado” y si era un criminal fue “abatido”.

Estos matices del lenguaje son poderosos instrumentos de manipulación mientras la opinión pública ignore la sutileza de su funcionamiento. Habrá que señalarlos y reprobarlos, exigir el rigor periodístico. El cierre de una paraestatal lo amerita.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Infomerciales

¿Por qué comprar este maravilloso producto? Yo me pregunté lo mismo y ahora conozco la respuesta: porque cambiará su vida para siempre. No más problemas, infelicidad o complejos. ¿Me oye? La solución del siglo está aquí y no la encontrará en tiendas. Miles de personas han comprobado la efectividad de este desarrollo tecnológico que es avalado por especialistas y que será suyo con 12 cómodas mensualidades de 199 pesos. ¡Escuchó usted bien! Además, recibirá el instructivo, un fabuloso video y un par de accesorios. Pero espere. Si es de las primeras 50 personas en llamar le descontaremos seis pagos y le enviaremos el doble de producto. ¡Tome su teléfono! No acepte imitaciones y recuerde que esta oferta es por tiempo limitado…

El párrafo anterior resume y parodia a los infomerciales del mundo: la fórmula se repite sin modificaciones sustanciales en muchas latitudes y contextos. El concepto -originalmente estadounidense- de un comercial de larga duración que se transmite en horarios (baratos) de poca audiencia, continúa popularizándose en México, ante la indignación justificada de quienes encontramos elementos para afirmar que su diseño es inseparable del engaño.

Quienes recibimos ocasionalmente los favores agregados del desvelo, el encierro y la televisión, hemos sido víctimas de la insultante masificación de mensajes que suponen la ignorancia de los receptores y que simultáneamente demuestran el atraso intelectual de sus emisores. Sabemos también que los testimonios fabricados y las celebridades satisfechas son sus hijos predilectos.

Este festín de patrañas debe terminar. En Estados Unidos la Comisión Federal de Comercio fijó criterios para evitar que personalidades públicas participen en embustes publicitarios. Las reglas establecen que cualquier declaración (aún remunerada) debe reflejar una opinión honesta y comprobable. Si una celebridad respalda algún producto está obligada a utilizarlo y su imagen sólo puede explotarse en pantalla mientras mantenga una opinión favorable al respecto. ¿Qué sucede en México? Que el atraso legislativo fomenta la ingenuidad. Aquí, el consumidor tiene que confiar en la “buena fe”, como si tal cosa existiera en el ámbito publicitario.

Los infomerciales son desfiles de estereotipos. Un estudio conducido por Bruce Blaine y Jennifer McElroy, presentado el 2002 en Toronto, revela que las más perjudicadas son las mujeres y las personas con sobrepeso. Los investigadores descubrieron que los “expertos científicos” siempre son hombres, que en los infomerciales para bajar de peso hay más referencias al consumo excesivo de alimentos que a una ingesta balanceada o al ejercicio, y que la grasa corporal suele ligarse a la ineptitud social, la baja autoestima, la flojera y la desdicha.

Otro estudio, realizado en Israel por Amir Hetsroni e Ilan Aya, es de tremenda utilidad para el televidente promedio. Los autores comprueban que -más allá de los aspectos funcionales- al producto suelen asociársele valores clasificables de tipo cultural, como el hedonismo. Así, el comprador puede ampliar su visión y reconocer cuando el impulso de gastar es fomentado por ideas de belleza, aventura, alegría, popularidad, sexo o juventud.

Al final, el exhorto es a la crítica, a la educación; a incentivar una audiencia analítica, inmune a las estratagemas de la telebasura. Una mayor cultura de medios debería traducirse en una estrepitosa caída de sus ventas; es el resultado lógico. Y aunque el engaño pudiera perfeccionarse, habremos atacado el verdadero problema: la ignorancia que invita al abuso. A ver qué logran vendernos entonces…