miércoles, 29 de julio de 2009

Declaraciones invertidas

Confieso que fue imposible reprimir la carcajada que me provocó el optimismo presidencial del martes pasado. En un discurso con motivo del aniversario de las Leyes de Reforma, Felipe Calderón afirmó enfático que México es “una de las naciones con mayor libertad de expresión de ideas y de comunicación, sin restricción alguna”. De corta memoria, el mandatario olvidó que el último en gritarle “¡No hay libertad!” fue detenido por el Estado Mayor.

Nelson Vargas se equivocó cuando, ese mismo día, fue entrevistado de forma extrañamente simultánea en los informativos nocturnos de Televisa y TV Azteca a nivel nacional. El empresario que sufrió el secuestro y muerte de su hija lamentó que el país se esté desmoronando. Sin embargo, invitó a la sociedad a confiar en las autoridades, en el presidente. “Si no ¿en quién creemos?”, preguntó.

En nadie, respondería yo, menos en un político. ¿Quién fue el último en ganar nuestra confianza y en qué terminó la historia? La necesidad de “creer en alguien” invocada por Vargas es el negocio de unos y la desgracia de otros.

Tras numerosas decepciones y a partir del ejercicio periodístico, he descubierto que la verdad en las declaraciones de un político se encuentra en la inversión de su sentido. Como en toda regla hay excepciones, pocas y honrosas. Lamentablemente para los demás, para los mentirosos, los hechos pueden más que las palabras. Los ejemplos sobran:

¿Cuánto tiempo se dijo que en Puebla no había presencia del crimen organizado, que era un “estado de paso”? Esta semana el discurso cambió radicalmente ante la detención de presuntos “Zetas” en un centro comercial de San Pedro Cholula. Ahora sí, resulta que la delincuencia está por todas partes y nadie se salva. Como si fuera novedad.

A nivel nacional, escucharemos a Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México, negando que se desvíen recursos para promocionar su imagen. Como si las investigaciones difundidas por el periodista Jenaro Villamil necesitaran confirmación, las revelaciones de un periodista español reavivaron la controversia.

José María Siles, director de una agencia de noticias con sede en Bruselas, fue contratado por Televisa para realizar la cobertura del Foro Mundial del Agua en marzo de este año. Se le pidió especial énfasis en la figura de Peña Nieto, quien según su contacto en la televisora será “el próximo presidente de México”. En días recientes, el informador denunció que no sólo siguen sin pagarle sino que pretendían hacerlo con el erario mexiquense. ¿Van a seguir negándolo?

La regla de las declaraciones invertidas puede aplicarse también a César Nava y su desmentido permanente del dedazo presidencial. ¡Vaya! Elija usted su tema y personaje favorito, el margen de error es mínimo. Cambiemos los aplausos por las preguntas, la justificación por la exigencia. Dejemos de creer y cuando los políticos padezcan los efectos, buscarán recuperar la confianza. Eso nos conviene a todos.

miércoles, 22 de julio de 2009

Si yo fuera presidente

Una frase célebre del priísmo, atribuida al ex gobernador mexiquense Carlos Hank González, sostenía que “un político pobre es un pobre político”. Hoy en día, la nueva moneda de cambio es el rating, así lo sugieren las páginas del libro “Si yo fuera presidente” del periodista Jenaro Villamil. La confusión entre el nivel de audiencia televisiva y el grado de eficacia política es la esencia del texto editado por Grijalbo que tiene como personaje central a Enrique Peña Nieto.

El mandatario de la sonrisa y el copete perfecto, carta fuerte del PRI para las elecciones del 2012, es escudriñado por el reportero de la revista Proceso. Villamil describe el inicio desangelado de su carrera política, su papel en la administración del infame Arturo Montiel y la historia de su camarilla: el “Grupo Atlacomulco”, cuyo máximo exponente fue Hank González.

El autor afirma que Peña Nieto es protagonista de un reality show que -según la primera factura- ha costado más de 740 millones de pesos. La “Estrategia Integral de Comunicación” abarcaría recomendaciones, redacción de discursos, manejo de crisis, diseño de mensajes y preparación para los medios; además de la inversión en televisión.

Este punto desató la polémica. El periodista señala que el gobierno del Estado de México contrató los servicios de Televisa a través de empresas intermediarias como “TV Promo” y “Radar Servicios Especializados”, a fin de maquillar los gastos reales. Las tácticas de mercadotecnia política incluirían el infobranding, es decir, propaganda disfrazada de información.

Eso explicaría la presencia constante del gobernador mexiquense en la pantalla. Los monitoreos son contundentes, por ejemplo, los resultados de la medición promovida por el Senado de la República durante la discusión de la reforma electoral. En cuestión de 15 días, Enrique Peña Nieto había aparecido 700 veces en la televisión, seguido de Marcelo Ebrard con 449 menciones. El tercer lugar lo ocupaba Manlio Fabio Beltrones con menos de 30. ¿Por qué la diferencia?

En una inusual reacción a la crítica, Televisa publicó un desplegado hace unas semanas contra Jenaro Villamil y Carmen Aristegui, quien comentó el libro en su programa de radio. La empresa llamó mentirosos a los informadores. Argumentó que el Estado de México es la entidad federativa con mayor población y que los contenidos se planifican en proporción a la audiencia interesada.

Así pues, con lo que podría ser la creación de un nuevo factor de interés periodístico -de tipo demográfico- la televisora defendió la cobertura al mandatario mexiquense. Habrá que exhortar entonces a Veracruz, Guanajuato y Nuevo León a que reclamen su derecho de pantalla e ignorar a Baja California Sur y a Colima por falta de quórum.

Si Villamil es un “periodista de consigna” y un difamador, como acusa la televisora, es tiempo de abrir los contratos. Si el Estado de México está interesado en la transparencia y la rendición de cuentas es momento de probar que la popularidad del “viudo de oro” no se fabricó al margen de la ley.

miércoles, 15 de julio de 2009

La Nueva Era

Cuando surgió Internet quizá nadie imaginaba que terminaría abarcando y superando a los demás medios de comunicación. Leer noticias, ver programas de televisión y escuchar la radio son algunas virtudes de este conjunto descentralizado de redes que ahora concentra las funciones de otras tecnologías cuya utilidad y vigencia están cuestionadas ante el crecimiento exponencial de la Web.

Quienes tenemos más de 20 años sabemos lo que era la vida sin Internet. Habrá que decirlo en voz baja para no provocar el pánico de quienes, en su adolescencia o infancia, no imaginan una existencia tan rústica. Los demás -jóvenes, adultos o ancianos- tuvimos que abordar un tren que a su paso amenazaba con la obsolescencia.

Fuimos testigos de su nacimiento y desarrollo, desde sus inicios -accesibles para pocos- hasta su total expansión; sin olvidar la época en que los discos de “instalación” se regalaban a la menor provocación o salían en las cajas de cereal. Eran tiempos del texto y del diseño simple, los portales conocidos eran pocos y tardaban minutos en descargarse. Con la línea telefónica ocupada, la brevedad era la regla.

Hoy la realidad es diferente. El ancho de banda, entendido como la cantidad de datos que puede transmitir la conexión en un periodo de tiempo dado, permite descargar películas enteras. Los códigos de programación se disfrazaron de herramientas de fácil manejo. Inició la “Web 2.0”: una nueva era en la historia de Internet.

El término atribuído a Tim O’Reilly, graduado de Harvard y creador del primer portal de America Online, implica el intercambio ágil de datos y el aumento en la interactividad de los usuarios. Así surgieron las redes sociales, los blogs y los proyectos de construcción colectiva del conocimiento como la Wikipedia.

Lejos de simplemente consumir los contenidos, los usuarios tienen el poder de crearlos, comentarlos y modificarlos. El modelo de comunicación unidireccional que apela a la pasividad de la audiencia se transformó en la coautoría irreversiblemente democrática del medio de medios.

La implicaciones son enormes. Por eso Michael Wesch, antropólogo de la Universidad de Kansas, sostiene que deberán repensarse conceptos como la identidad, el comercio, los derechos de autor y la privacidad.

Los medios de comunicación convencionales también cambiarán. La ciudadanización es inminente. La televisión lo sabe y abrió espacios para exhibir los videos y las fotografías de su audiencia. La radio conservará y ampliará su auditorio a través de la Web. Los periódicos -presuntamente en la antesala de la extinción- mantendrán su influencia si vinculan la edición impresa con su portal de Internet y si privilegian el análisis sobre las notas.

Se habla ya de la Web 3.0, de la inteligencia artificial. Lo cierto es que Internet es desde su origen un experimento colectivo. Nada está escrito y lo que viene, sin duda, es inimaginable…

miércoles, 8 de julio de 2009

Mentiras de siempre

El ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, afirmaba que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Esta noción caduca, reforzada por un electorado subestimado desde el poder, mantenía vigente la dictadura del spot que amenazó durante años a la democracia mexicana. Quienes creían que podían gobernar sólo con publicidad fueron derrotados el domingo pasado.

Las campañas mediáticas fueron poco eficaces para los institutos políticos, independientemente de su resultado en las urnas. Si la invasión histórica de millones de spots cumplió los propósitos de la reforma electoral, ¿cómo se explica el enorme abstencionismo? Si la repartición paternalista de tiempo aire pretendía darle equidad al proceso, ¿por qué los partidos grandes continúan siéndolo y los pequeños siguen desahuciados? Porque Goebbels estaba equivocado.

Lo sabe el PAN y su ex dirigente, Germán Martínez, quien se ha convertido en un monumento viviente al servilismo mal pagado. La estrategia de polarización que triunfó en 2006 -cuando millones de mexicanos votaron por Felipe Calderón para salvar del “peligro” a su país- resultó contraproducente esta vez.

En tiempos de crisis y violencia, la exhortación para “apoyar al presidente” estaba destinada a fallar. Lo mismo sucedió con el planteamiento incoherente de que elegir a otros partidos era patrocinar al crimen organizado. Tampoco sirvieron las celebridades: ni la moral fabricada de un luchador, ni el embarazo de una medallista olímpica.

La dictadura del spot intentó trasladar la inocencia de una niña al dirigente de PRD, Jesús Ortega, “el tío Gamboín de la política”, como lo bautizó Rafael Cardona, comentarista de Grupo Fórmula. No funcionaron las disculpas, las cumbias, los diálogos de cocina o la cercanía física de “Chucho” con supuestos desempleados. Quizá “Marianita” convenció a algunos; la mala noticia es que los menores no votan.

Otros que se equivocaron fueron los limosneros del legítimo: PT y Convergencia. Con una credibilidad equiparable a la de una colecta por las ánimas del purgatorio, estos partidos optaron por reforzar en los medios a un personaje que no contendía por ningún puesto y que tampoco lo necesita: en el país imaginario que “gobierna” los caprichos han superado a las leyes.

Los ecologistas celebran su cuarto lugar, sabedores que la campaña pudo arrojar mejores números rumbo al trueque del 2012. El siete por ciento del Partido Verde es una cifra más próxima a los votos nulos que a los partidos grandes. Los anulacionistas no organizaron conciertos, ni recibieron el apoyo “voluntario” de figuras del espectáculo, ni gastaron 30 millones de pesos en playeras.

Los mensajes más creativos en su diseño fueron los del Partido Socialdemócrata, instituto que ahora yace en la fosa común de la representatividad parasitaria. La hipótesis se comprueba: la propaganda en medios fue secundaria, incluso para el Revolucionario Institucional. Los políticos deberán replantear sus estrategias y reconocer que su efectividad dependerá de un electorado que ya se vacunó contra las mentiras de siempre.

viernes, 3 de julio de 2009

¿Quién gana?

Si consideramos que siete de cada diez mexicanos en edad de votar no asistirán a las urnas -como estima el Tribunal Electoral- y sumamos a esto la posibilidad de que los votos nulos superen porcentualmente a los “partidos pequeños”, descubriremos que el 5 de julio de 2009 es un día tristemente célebre en la historia de la democracia mexicana.

El ganador definitivo será el abstencionismo, un fenómeno que se agrava en las elecciones intermedias y que está relacionado con factores sociales y geográficos. Esta comprobado, por ejemplo, que la falta de participación política está focalizada en los estados del centro de la República; a diferencia del Bajío, una zona donde las mediciones arrojan una mayor satisfacción ciudadana con el sistema partidista y las expectativas éste que genera.

Otra variable es el nivel socioeconómico. Se ha detectado que a mayor necesidad, mayor participación. Esto explica que las élites prefieran distanciarse de los procesos electorales y justifica la naturaleza de las propuestas, los mensajes y el tono de las campañas.

La confianza en las instituciones es otro factor que incide en el abstencionismo. En este rubro, y con justa razón, México está reprobado bajo todos los estándares internacionales. Los índices de gobernabilidad publicados esta semana por el Banco Mundial nos empatan con países como El Congo o Bosnia y Herzegovina, con la peor calificación en 12 años en materia de inestabilidad política y violencia.

Esta realidad que exige disculpas, enmiendas, compromisos y soluciones, sigue sin afectar a los partidos políticos, instituciones que continúan sin mirarse al espejo. El “movimiento anulacionista“, promovido por intelectuales y comunicadores de primer nivel, podría haber terminado en anécdota. Sin embargo, la soberbia partidista y su renuencia a confesar culpas lo ha empoderado de tal forma que, en las elecciones del 2012, podría convertirse en la cuarta fuerza política del país.

Aún con las interrogantes provocadas por el voto nulo, quizá se trate temporalmente de la mejor opción. Los promotores de elegir “a quien sea, mientras sea alguien” suelen ser quienes viven de las elecciones. Sin los recursos y la vistosidad de los partidos, los anulacionistas han marcado estas elecciones con el malestar y el desencanto que -como afirma la politóloga Denise Dresser- no deberían subestimarse.

miércoles, 1 de julio de 2009

¡Viva el show!

El gobierno federal sigue impulsando la campaña de promoción turística “Vive México” con la complicidad de las televisoras. El nacionalismo emanado de las pantallas pretende resolver un problema provocado por las decisiones de quienes –desde la administración pública- hoy se lanzan al valeroso rescate del turismo y la economía.

Crear problemas para “resolverlos” después es la estrategia distintiva del gobierno en turno. El aumento al precio de los combustibles es el ejemplo perfecto: un tema que se negó en campaña, se aplicó de forma “escalonada” y luego fue suprimido por decreto presidencial en supuesto apoyo a las familias mexicanas. Esto cuando, irónicamente, el daño estaba hecho.

Lo mismo sucede con “Vive México”, una aglomeración de mensajes que representa el remedio a una enfermedad autoinducida. Felipe Calderón, firmante de la receta, fue cómplice del tiro de gracia a una economía tambaleante. En épocas de la contingencia sanitaria, el discurso que incitaba a resguardarse “en casa” durante cinco días frenó el flujo de efectivo y precipitó la peor etapa de la crisis.

El Ejecutivo federal, que irresponsablemente llamó a la parálisis para reforzar su posición de mando, apareció acompañado de figuras del espectáculo para invitar a descubrir las maravillas de México, un país cuya imagen ha sido golpeada internacionalmente con testimonios generados por el pánico que los medios nacionales han justificado con su oficialismo.

¿Por qué creer en artistas, cantantes y actores? Pensar que las voces de “Vive México” están comprometidas con la causa, nos obligaría a examinar las convicciones izquierdistas de Ana Gabriela Guevara, los pronósticos labastidistas de Juan Gabriel, los motivos de Angélica Rivera y la defensa de Chespirito al “gobierno del cambio”.

La dignidad del medio artístico se limita a los contratos y los acuerdos económicos. Las declaraciones de Raúl Araiza, actor e imagen del Partido Verde, representan la constante. Araiza dijo recientemente que no apoya la pena de muerte, ni las propuestas difundidas por el instituto político. Aseguró que su participación en la campaña fue producto de un casting que podría haberlo llevado a comerciales de Coca-Cola o Marinela. Para él, da igual.

Hablar de lugares, paisajes, olores y sabores, difundir las bellezas naturales y la gastronomía mexicana, e incitar al turismo con la colaboración de la prensa son las nuevas argucias de un sistema político cuya asfixia representa máximos históricos. ¿Qué corresponde a los ciudadanos? Analizar el entorno y decidir en consecuencia.

La vigencia de tácticas que, pese a su novedad, resultan poco efectivas, depende de la respuesta que a corto plazo demuestren los televidentes, radioescuchas y lectores. Las estrategias comunicativas deberán privilegiar, con el paso del tiempo, los hechos puntuales y comprobables. Las cortinas de humo, las caras sonrientes y la ignorancia de los errores propios tienen caducidad. ¿Hasta cuándo?