Indigna más la indiferencia que la impunidad, dicen más las excusas que los hechos. Un ex presidente de México declaró corrupto a su sucesor y todo sigue igual. Que el asunto es "entre particulares", que el señor es un débil mental y no puede opinar, que la periodista "abusó" de su confianza, que la historia juzgará... ¿A quién se le ocurre? Son la justificación y el silencio volviéndose cómplices; es la apatía prolongando los saqueos.
Como el reflejo en un espejo, México está al revés. Quienes deberían ser juzgados viven plácidamente, quienes deberían informar callan y los pocos que lo hacen son criticados. Sólo así se entiende que Carlos Salinas de Gortari haya capoteado un nuevo escándalo, que las televisoras omitieran el tema y que se pretenda denostar la labor de Carmen Aristegui.
A dos semanas de que la periodista difundiera en su programa de radio las declaraciones de Miguel de la Madrid, el tema ha perdido peso en los medios que lo replicaron. Los demás, se aferran aún a las sobras del banquete epidémico que los convirtió en guardianes de la salud pública.
Entrevistada por el semanario Proceso, Aristegui confiesa que la conversación con el ex presidente fue sorpresiva. De la Madrid no se distinguía por ser particularmente revelador y de pronto ahí estaba, señalando la inmoralidad del sexenio de Salinas y los negocios ilícitos de su hermano Raúl.
Inútilmente se ha intentado demeritar la entrevista, argumentando que las respuestas monosilábicas prueban la incapacidad del entrevistado. Como si no existieran frases coherentes o un hilo conductor. Más aún, como si un cuestionario con preguntas cerradas fuera inválido o se tratase de un invento siniestro al margen de la actividad periodística.
Los dichos de Miguel de la Madrid deben investigarse, su minimización genera sospecha y retrata -como diría Aristegui- a una élite política que se alinea para mantener vigente el pacto de impunidad que ha prevalecido en México a lo largo de muchos años.
Hemos perdido la capacidad de asombro y aprendido a creer en toda clase de cuentos. El periodista -como agente de cambio social- requiere de una audiencia receptiva y crítica, dispuesta a opinar y a exigir. La investigación periodística es incapaz, por sí misma, de contrarrestar el letargo de la justicia ante la evidencia de posibles delitos.
Nos hemos acostumbrado a los comunicados, los desmentidos y las versiones oficiales. ¿Qué hay de los hechos? Ante este panorama, sólo el absurdo es posible. Si las declaraciones de Miguel de la Madrid merecen la indiferencia y el olvido tras su obligado suicidio político, podría concluir este texto diciendo que nunca lo escribí y todos habrían de creerme.
Como el reflejo en un espejo, México está al revés. Quienes deberían ser juzgados viven plácidamente, quienes deberían informar callan y los pocos que lo hacen son criticados. Sólo así se entiende que Carlos Salinas de Gortari haya capoteado un nuevo escándalo, que las televisoras omitieran el tema y que se pretenda denostar la labor de Carmen Aristegui.
A dos semanas de que la periodista difundiera en su programa de radio las declaraciones de Miguel de la Madrid, el tema ha perdido peso en los medios que lo replicaron. Los demás, se aferran aún a las sobras del banquete epidémico que los convirtió en guardianes de la salud pública.
Entrevistada por el semanario Proceso, Aristegui confiesa que la conversación con el ex presidente fue sorpresiva. De la Madrid no se distinguía por ser particularmente revelador y de pronto ahí estaba, señalando la inmoralidad del sexenio de Salinas y los negocios ilícitos de su hermano Raúl.
Inútilmente se ha intentado demeritar la entrevista, argumentando que las respuestas monosilábicas prueban la incapacidad del entrevistado. Como si no existieran frases coherentes o un hilo conductor. Más aún, como si un cuestionario con preguntas cerradas fuera inválido o se tratase de un invento siniestro al margen de la actividad periodística.
Los dichos de Miguel de la Madrid deben investigarse, su minimización genera sospecha y retrata -como diría Aristegui- a una élite política que se alinea para mantener vigente el pacto de impunidad que ha prevalecido en México a lo largo de muchos años.
Hemos perdido la capacidad de asombro y aprendido a creer en toda clase de cuentos. El periodista -como agente de cambio social- requiere de una audiencia receptiva y crítica, dispuesta a opinar y a exigir. La investigación periodística es incapaz, por sí misma, de contrarrestar el letargo de la justicia ante la evidencia de posibles delitos.
Nos hemos acostumbrado a los comunicados, los desmentidos y las versiones oficiales. ¿Qué hay de los hechos? Ante este panorama, sólo el absurdo es posible. Si las declaraciones de Miguel de la Madrid merecen la indiferencia y el olvido tras su obligado suicidio político, podría concluir este texto diciendo que nunca lo escribí y todos habrían de creerme.
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