Cualquier “Día Internacional de…” está en riesgo de no celebrarse en México. Lamentablemente para el país, ese tipo de fechas invitan al análisis externo e interno de aquello que se conmemora. Ocupamos primeros lugares pero nunca presumibles. El resto del tiempo somos ejemplo de corrupción, falta de transparencia y violaciones a los derechos humanos.
El “Día Internacional de la Prensa” no fue la excepción. Este lunes, mientras en algunas latitudes se presumían avances, en México se señalaban (otra vez) los horrores. Así ha sido durante años en este y otros temas. Con 62 periodistas muertos desde el 2006 es difícil alegrarse. Mientras tanto, los gobiernos ignoran, minimizan o justifican… según el caso.
Si la libertad de prensa y el derecho a la vida fueran verdaderas prioridades del Estado mexicano, ¿no serían los últimos años la mayor prueba de su fracaso? Prefiero pensar que no le importan. Quizá el Estado sea efectivo en otros asuntos… Así que –desde un optimismo infundado- hasta soy benevolente.
El caso es que México es la letrina del periodismo mundial. Pero no nos sintamos solos. Están con nosotros países soberanos, libres y democráticos como Irak, Irán, China, Somalia y Ruanda. Los pueblos más oprimidos del mundo comparten nuestra desgracia. El panorama es desolador.
La organización Reporteros Sin Fronteras dice que somos el país más peligroso para la profesión en Latinoamérica. Eso nos ubica por debajo de países que –por razones culturales- consideramos “inferiores”, especialmente en Centroamérica. Al paso que vamos, la excusa de que “podríamos estar peor” se acerca a su fecha de caducidad.
Tampoco hay esperanza. Los políticos mexicanos sienten tal compromiso por sus dichos y promesas de campaña que los candidatos que hoy condenan los ataques a periodistas serán quienes mañana los ordenen desde su escritorio. En algún punto, la creencia en la posibilidad de un cambio se vuelve insostenible. Son cada vez más quienes lo entienden.
Pese a esto, la propaganda en México es exitosa: ante el virtual colapso del país, son muchos los que -sin que su empleo en la administración pública esté en riesgo- defienden ardorosamente la convicción de que “vamos bien”. Y no los critico. Que veneren a futbolistas o a galanes de telenovela si quieren, pero que abran los ojos. Que no anden por ahí desinformados.
Justo aquí se cruzan dos desgracias: la del público que no quiere informarse y la del reportero que no puede informar. La ignorancia y la censura son los ingredientes centrales del infortunio periodístico en México. Se sabe que no hay democracia sin prensa libre y se intuye que nada de eso existe aquí.
La emboscada en que dos reporteros de la revista Contralínea fueron atacados la semana pasada en Oaxaca ejemplifica las condiciones en que los periodistas laboran en el país. Érika Ramírez y David Cilia sobrevivieron. Su caso se suma a las agresiones contra los periodistas de Contralínea, cuyas oficinas en el Distrito Federal fueron allanadas por cuarta vez el 10 de abril.
La situación del periodismo es alarmante pero a pocos les inquieta. Es como un automóvil que lleva horas sonando en un estacionamiento y ni los vigilantes se acercan. Estamos acostumbrados al sonido de la infamia. A menos que esto cambie, continuarán las amenazas y las muertes. Los “días internacionales” seguirán ahí como una invitación a sentir vergüenza. Ese es el primer paso…
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