miércoles, 13 de octubre de 2010

Salinas y el olvido

Una de las figuras más oscuras de la historia reciente de México se pasea tranquilamente entre sus contemporáneos. El ex presidente Carlos Salinas de Gortari participó como orador en el “Foro de la Democracia Latinoamericana”, invitado por del Instituto Federal Electoral en su vigésimo aniversario.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la seguridad de Salinas es discreta. El martes pasado no hubo revisiones en el acceso al Palacio de Minería en el Distrito Federal y sólo un par de guardaespaldas lo seguían. Ni manifestaciones, ni gritos, ni rechiflas… nada. Si Salinas es una figura polémica para los mexicanos, lo es sólo a nivel mental. Teniéndolo enfrente hasta le aplauden.

El ex presidente aprovechó su turno para comentar una diversidad de temas: desde los mineros chilenos, pasando por la desaparición de Diego Fernández de Cevallos, hasta la posibilidad de que el PRI regrese a Los Pinos en 2012. Según él, la principal garantía de la democracia es la institucionalidad y no la alternancia. En su lógica, el PRI no debió perder la presidencia de la República para evidenciar el avance democrático en México.

Salinas se mostró reticente a las dudas del público. La moderadora le pidió una autocrítica honesta a su gestión como jefe del Ejecutivo y él respondió que fue un error no haber institucionalizado el programa “Solidaridad”. Ella le insistió y Salinas la evadió prometiéndole una copia de su libro. Los demás cuestionamientos se los llevó en papel.

Luego de autografiar un par de ejemplares y aceptar fotografías con algunos invitados, salió del recinto rodeado de cámaras y micrófonos, en medio de un tumulto y sin dar declaraciones a la prensa. Los reporteros lo cuestionaban sobre Peña Nieto, López Obrador y la estrategia de seguridad del gobierno federal.

¿Por qué Carlos Salinas puede sonreír en público? La respuesta tiene dos dimensiones: la personal y la social. La primera es cinismo puro. La segunda es una mezcla entre olvido, ignorancia y cobardía. Él vive tranquilo con sus corruptelas. Lo que preocupa es que hayan desaparecido de la memoria colectiva. Aún peor es que, incluso desde el vívido recuerdo, se permita el autoelogio del villano sin protesta alguna.

La desvergüenza no sorprende. Pareciera una cualidad intrínseca de la clase política del país. En sus tiempos, Salinas gozó los beneficios de la suma entre discurso y carisma. Sin embargo, la alternancia que tanto critica fue para muchos la mejor vacuna contra la incongruencia. Entonces, ¿por qué nadie lo increpa? ¿No deberían complicarle la vida en cada rincón del país?

El problema de fondo es la insensibilización social, producto del bombardeo de ignominias en el país. Son tantas las tragedias y las injusticias, tan cuantiosos los saqueos y los abusos, que –en el mejor de los casos- la indignación se justifica y se mantiene con el paso del tiempo, pero sus razones son reemplazadas casi inmediatamente por nuevos hechos, fenómenos o personajes.

Los infames, sinvergüenzas, ladrones y traidores lo saben. Por eso Salinas y compañía pueden vivir tranquilos.

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