El calentamiento global es la justificación perfecta para nuevos impuestos que “protegerán” al medio ambiente, y de paso, la recaudación. La llamada “agenda verde” se presenta como la solución a un planeta amenazado por sus habitantes aunque, paralelamente, sigan apareciendo pistas de los verdaderos motivos detrás de sus impulsores.
Al Gore es uno de ellos. El vicepresidente de los Estados Unidos se disfrazó de ecologista y viajó por el mundo difundiendo su documental ganador del Oscar, un largometraje que plantea el imperativo moral de controlar las emisiones de carbono. La “verdad incómoda” sería, en todo caso, el hecho de que Gore haya propuesto la necesidad de fijar gravámenes “a quienes contaminan”, un grupo que nos incluye a todos.
El viernes pasado se celebró en México el “Día Mundial del Medio Ambiente” y al acto oficial estuvo invitado el secretario de Hacienda, Agustín Carstens. ¿Cuál es la relación entre impuestos y ecología? Lo mismo se preguntó él. La respuesta en su discurso fue simple: proteger al planeta tiene “costos” y sería peor pagarlos después.
La fiebre recaudatoria pone en riesgo a la economía familiar. La reacción previsible a un instrumento fiscal tan despiadado como el IVA a alimentos y medicinas ha creado la necesidad de estrategias diferentes que ya palpitan en las declaraciones de funcionarios que súbitamente se convirtieron en ardorosos protectores de la Madre Tierra.
Para evitar el enojo de los contribuyentes, la propuesta requiere construir bases de apoyo, entusiasmar si es posible. Conviene entonces que la “agenda verde” se vuelva prioridad. Los medios de comunicación son aliados naturales pero también las organizaciones cuya farsa ecológica es tan vistosa como la del partido político que, recién desempolvado, propone la pena de muerte en México.
El crecimiento del Partido Verde no es gratuito, está basado en una estrategia publicitaria que, en términos de impacto, compite directamente con los mensajes de otras opciones políticas que recibieron más recursos del Instituto Federal Electoral. En 2009, el presupuesto del Verde para campañas representa sólo el 30 por ciento de lo que gastará el PAN por el mismo concepto. Y de ahí salió para los espectaculares, los spots en el cine y los “actores ecologistas”.
La Madre Tierra encontró amigos poderosos. El dinero detrás del furor ecologista es congruente con lo que podría recaudarse y eventualmente será la única opción. Así lo sugiere Jim Prust del Fondo Monetario Internacional: “Las tasas retributivas por contaminación constituyen una alternativa preferible a otros impuestos que, en caso contrario, sería necesario aplicar por motivos de gestión fiscal”.
Los temas ambientales cobrarán relevancia con el paso de los años y estamos bajo aviso: habrá quienes aprovechen las flagelaciones de una sociedad que terminará comprando la culpa de “atentar” contra la integridad del planeta. Como si el asunto se resolviera con dinero, con secretarios de Hacienda y más impuestos. Lo que nos faltaba…
Al Gore es uno de ellos. El vicepresidente de los Estados Unidos se disfrazó de ecologista y viajó por el mundo difundiendo su documental ganador del Oscar, un largometraje que plantea el imperativo moral de controlar las emisiones de carbono. La “verdad incómoda” sería, en todo caso, el hecho de que Gore haya propuesto la necesidad de fijar gravámenes “a quienes contaminan”, un grupo que nos incluye a todos.
El viernes pasado se celebró en México el “Día Mundial del Medio Ambiente” y al acto oficial estuvo invitado el secretario de Hacienda, Agustín Carstens. ¿Cuál es la relación entre impuestos y ecología? Lo mismo se preguntó él. La respuesta en su discurso fue simple: proteger al planeta tiene “costos” y sería peor pagarlos después.
La fiebre recaudatoria pone en riesgo a la economía familiar. La reacción previsible a un instrumento fiscal tan despiadado como el IVA a alimentos y medicinas ha creado la necesidad de estrategias diferentes que ya palpitan en las declaraciones de funcionarios que súbitamente se convirtieron en ardorosos protectores de la Madre Tierra.
Para evitar el enojo de los contribuyentes, la propuesta requiere construir bases de apoyo, entusiasmar si es posible. Conviene entonces que la “agenda verde” se vuelva prioridad. Los medios de comunicación son aliados naturales pero también las organizaciones cuya farsa ecológica es tan vistosa como la del partido político que, recién desempolvado, propone la pena de muerte en México.
El crecimiento del Partido Verde no es gratuito, está basado en una estrategia publicitaria que, en términos de impacto, compite directamente con los mensajes de otras opciones políticas que recibieron más recursos del Instituto Federal Electoral. En 2009, el presupuesto del Verde para campañas representa sólo el 30 por ciento de lo que gastará el PAN por el mismo concepto. Y de ahí salió para los espectaculares, los spots en el cine y los “actores ecologistas”.
La Madre Tierra encontró amigos poderosos. El dinero detrás del furor ecologista es congruente con lo que podría recaudarse y eventualmente será la única opción. Así lo sugiere Jim Prust del Fondo Monetario Internacional: “Las tasas retributivas por contaminación constituyen una alternativa preferible a otros impuestos que, en caso contrario, sería necesario aplicar por motivos de gestión fiscal”.
Los temas ambientales cobrarán relevancia con el paso de los años y estamos bajo aviso: habrá quienes aprovechen las flagelaciones de una sociedad que terminará comprando la culpa de “atentar” contra la integridad del planeta. Como si el asunto se resolviera con dinero, con secretarios de Hacienda y más impuestos. Lo que nos faltaba…
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