miércoles, 14 de octubre de 2009

Palabritas

No es lo mismo un manifestante que un quejoso, un atentado que un accidente, pacificar que reprimir, o tomar que asegurar. Aunque estos términos sean utilizados para describir hechos semejantes, sus implicaciones ideológicas son opuestas. La obsesión por elegir la palabra correcta -típica de lingüistas, literatos y juristas- pasa inadvertida para el lector promedio, pero se vuelve exigencia cuando el objetivo del texto es la explicación precisa de un acontecimiento, por ejemplo, en el ámbito periodístico.

Sucesos complejos y trascendentes, como la “extinción” decretada de Luz y Fuerza del Centro, son oportunidades únicas para que la ciudadanía evalúe a sus medios. La prensa renuncia con mayor facilidad a la presunción de balance en tiempos de definición o conflicto; es cuando suele entregarse voluntariosa a las ventajas de una narración tendenciosa. Aquí, el análisis de las omisiones y las palabras elegidas es clave para comprender las lealtades e inclinaciones de quienes -más por rutina que por definición- se hacen llamar “periodistas”.

Escuchar que el operativo de la Policía Federal en las instalaciones de Luz y Fuerza del Centro fue “pacífico”, obliga a repensar la paz. El adjetivo, utilizado por Milenio Televisión en su crónica, proclama la ausencia de disparos o heridos, pero asume que la amenaza de violencia -típica de la demostración de fuerza- es pacífica mientras no se concrete. Bajo esta visión, un asaltante que amaga y no dispara merecería no sólo la exculpación sino el reconocimiento. Si el colapso de la paraestatal hubiera sido “pacífico” habría omitido las armas.

Lamentablemente para los redactores y porristas de la generosidad gubernamental, se esperan marchas multitudinarias contra los actos “pacíficos” del gobierno federal. Los manifestantes recibirán trato de provocadores, de ciudadanos que pisotean los derechos de terceros y “desquician” la capital. Habrá que entrevistar a automovilistas molestos y buscar declaraciones condenatorias de funcionarios o empresarios. Éstos últimos, quizá los únicos capaces de organizar movimientos de protesta civil que estén a la altura de la “moral” fijada como límite a la libertad de expresión en el sexto constitucional.

Lo anterior, fue evidente en la cobertura periodística de la marcha “Iluminémos México”, convocada por la televisión en agosto del 2008. La nota redactada por Noticieros Televisa transformaba a los quejosos en “víctimas de algún delito” y describía el avance del contingente en términos de emoción acrecentada. Ese día, el ojo del reportero observó a los turistas “curiosos” que apoyaban a los manifestantes desde las ventanas de su hotel. ¿Podría esperarse este nivel de enaltecimiento informativo tras una movilización del Sindicato Mexicano de Electricistas? Claro que no. ¿Por qué?

José Luis Arriaga, académico de la Universidad Autónoma del Estado de México, sugiere una respuesta: lo que se dice de los eventos y personajes varía según las circunstancias. Como ejemplo, el fallecimiento de un ser humano requerirá de verbos diferentes dependiendo del contexto: si era un policía fue “asesinado” y si era un criminal fue “abatido”.

Estos matices del lenguaje son poderosos instrumentos de manipulación mientras la opinión pública ignore la sutileza de su funcionamiento. Habrá que señalarlos y reprobarlos, exigir el rigor periodístico. El cierre de una paraestatal lo amerita.

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