miércoles, 30 de diciembre de 2009

Transición

¿Logró México transitar de un régimen autoritario a una verdadera democracia? Esta es la pregunta central del más reciente libro de Carmen Aristegui bajo el sello de Grijalbo. En casi 300 páginas, la periodista presenta una serie de entrevistas con personajes centrales de la vida nacional, quienes ofrecen sus memorias, percepciones y opiniones sobre el accidentado proceso de consolidación democrática en México durante las últimas décadas.

“Se dice que la entrevista es el género propagandístico por excelencia, pues se facilita al entrevistado el espacio para que diga lo que quiere decir. ¿Estás de acuerdo?, ¿o crees que el entrevistador tiene la capacidad de hacer que el entrevistado diga lo que él quiere escuchar?”

El párrafo anterior reproduce una de las preguntas que formulé a Aristegui en el marco de las reuniones de la Sociedad Interamericana de Prensa en octubre de 2006. En su respuesta, la periodista negó la carga mercadológica del género periodístico y precisó que el éxito de una entrevista radica en obtener la información que el entrevistado prefiere ocultar y escuchar aquella que desea difundir.

Las conversaciones compiladas en el libro, ilustradas con fotografías de Ricardo Trabulsi, demuestran el dominio de Aristegui en la técnica de mezclar ambos enfoques. Quizá para el lector resulte poco interesante escuchar a Manuel Bartlett exculparse por enésima vez de la caída del sistema en 1988, pero a cambio recibe las sorpresivas declaraciones del ex presidente Miguel de la Madrid, quien acusa de corrupción a su sucesor, Carlos Salinas de Gortari.

Fue precisamente Salinas quien el 13 mayo 2009 expresó en un comunicado su “dolor e indignación” por los términos y condiciones en que se había realizado la entrevista a de la Madrid. Al nombre de Carlos Salinas se suma el de Vicente Fox en la lista de personajes que, por cobardía supongo, no accedieron a ser entrevistados.

El político guanajuatense optó por redactar un texto donde narra sus inicios en la política y su odisea por “sacar al PRI de Los Pinos”. Ahí defiende a los hijos de Marta Sahagún y celebra que su compañera de vida sea una demócrata. Llegado el momento de discutir su sexenio, Fox precipita el tema con la frase que Aristegui califica de brevísima y desconcertante: “…y así pasaron los seis años”.

¿Se arrepiente la politóloga Denise Dresser de haber votado por la izquierda en 2006? ¿Por qué cree Manuel Bartlett que López Obrador es el único que puede detener una revuelta social? ¿Qué ex candidato presidencial llama “Barbie masculino” a Enrique Peña Nieto? ¿Se le antoja la presidencia de la República al ex rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente? ¿En que consistió la “asustadita” que según Manuel Espino, ex dirigente del PAN, le dieron en el rancho de los Fox? ¿Qué opinan de la democracia mexicana intelectuales como Roger Bartra, Carlos Fuentes, Lorenzo Meyer y Carlos Monsiváis?

Estas y otras interrogantes se disipan en las páginas de “Transición”. Una obra que invita a la reflexión en tiempos definitorios, un testimonio de los errores que han conducido al país al borde de un estallido. El cinismo y la impunidad son evidentes en los años repasados por Aristegui en su libro. Ahora toca a la memoria colectiva no perpetuarlos desde el olvido. De lo contrario, la respuesta a la pregunta que inicia este texto nunca será alentadora.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Diciembre loco

Intrascendente, aburrido y predecible. En materia noticiosa, diciembre suele ser un mes muerto. En estas fechas abundan los contenidos de temporada: la afluencia de vacacionistas a los principales destinos turísticos, las recomendaciones para evitar accidentes carreteros, las temperaturas gélidas, el registro de nevadas, los reportajes navideños y los recuentos anuales.

Las últimas semanas han superado por completo este patrón decembrino. Tanto que quizá se trate del mes más interesante del 2009 desde el punto de vista periodístico. Hablo de la propuesta de reforma política presentada por el Ejecutivo federal, la muerte del narcotraficante Arturo Beltrán Leyva y la aprobación del matrimonio entre homosexuales en el Distrito Federal.

Inicio con el arranque presuntamente demócrata del presidente Felipe Calderón. El paquete de iniciativas enviado al Senado el mismo día que se clausuró el primer periodo de sesiones ordinarias pretende abrir espacios a las candidaturas ciudadanas, impulsar la reelección y fortalecer el vínculo entre los ciudadanos y el sistema político. Su aprobación implicaría también la eventual desaparición de algunos partidos y el otorgamiento de mayores facultades al Ejecutivo sobre el Legislativo.

La propuesta, que se discutirá formalmente hasta febrero, no fue presentada en el momento adecuado. Miguel Ángel Granados Chapa, connotado periodista, opina que la maniobra presidencial fue inoportuna si buscaba impactar a la opinión pública; efecto que difícilmente se logra a mediados de diciembre “cuando el escaso ánimo participativo decae notoriamente por la temporada festiva que está en curso y que no se interrumpe ni siquiera a causa de la profunda crisis que padece la sociedad mexicana”.

Es posible que, luego de analizarse en el Congreso, la iniciativa no se apruebe íntegramente. Para Calderón terminará convirtiéndose en una de esas medallas que les gusta portar a los ex mandatarios, como la que dice “transparencia” y que tanto presume Vicente Fox.

La tranquilidad festiva de estos días se vio interrumpida definitivamente la noche del miércoles 16, cuando fue anunciada la muerte del llamado “Jefe de jefes”, líder del cártel de Sinaloa, tras un enfrentamiento con fuerzas especiales de la Marina en el estado de Morelos. ¿Qué hacía la Marina en Cuernavaca? ¿Qué hacía un narcotraficante viviendo a unas cuadras de la Zona Militar?

La imagen difundida del cadáver ensangrentado de Beltrán Leyva, tapizado con billetes e imágenes religiosas, confirma la preocupante noción de justicia que se ha implantado en el país desde que inició la “Guerra contra el narcotráfico”. Un Estado que ejecuta sin juzgar imita la perversidad de sus enemigos. Esta regresión al porfirismo de “mátalos en caliente” no contempla ni los derechos humanos ni los cauces institucionales. Desafortunadamente, son los propios ciudadanos quienes desde la desesperación claman por estos métodos, especialmente en el norte del país.

Finalmente, en este recuento del diciembre loco, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal votó a favor del matrimonio y la adopción para personas del mismo sexo, un paso firme en la dirección de una legislación progresista e incluyente, un golpe certero a quienes pretenden gobernar un Estado laico con morales privadas y medievales.

Sin duda todo lo ocurrido este mes confirma que en México está surtiendo efecto la antigua maldición china que reza: “Ojalá vivas en tiempos interesantes”.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

¿Y los medios locales?

El rol de la prensa local en México es inseparable de la situación imperante en el país. Sus virtudes, en este contexto, pasan necesariamente por la ventilación de controversias sociales y por la mediación ante las autoridades civiles. Si el gobernante en turno sólo actúa cuando los problemas han alcanzado la esfera pública, los medios son los mejores aliados de la ciudadanía.

Así lo han entendido los lectores, radioescuchas y televidentes que –dejando a un lado la pasividad inherente a su postura como receptores- intentan comprender el lenguaje y las inclinaciones de cada medio. Una manifestación, por ejemplo, recibirá mayor interés de la televisión si es visualmente atractiva. Un periódico de corte político, por otro lado, encontrará relevante la protesta si algún funcionario es acusado directamente.

Y aunque la prensa reconozca en su relación con la audiencia la única razón de su existencia, a menos que su continuidad esté garantizada por fuerzas superiores, son muchos los vicios que aún aquejan a lo que también se conoce como ‘periodismo de proximidad’.

La prensa local depende excesivamente de la nota del día, es decir, de la información generada diariamente por los actores políticos y sociales. La investigación es poca o nula, generalmente por la falta de reporteros especializados o de recursos para financiar su labor. Así pues, la oferta informativa termina condicionada por el desfile matutino de declarantes que privilegia los dichos sobre los hechos y que muchas veces no es trascendente o siquiera interesante.

Se ha perdido el sentido de la exclusiva. Son pocos los medios que buscan ganar la noticia. En parte, porque no existe una competencia real entre ellos y porque los reporteros trabajan en grupo. La manifestación más clara de este error es el monstruo de grabadoras y micrófonos que suele rodear a los políticos. Ese ‘monstruo’ es inflexible y torpe por naturaleza, no permite cuestionamientos incisivos y unifica los criterios.

Esto sin contar que en México las dependencias gubernamentales suelen sembrar y patrocinar a ‘periodistas cómodos’ (en este caso el adjetivo invalida al sustantivo). No obstante, incluso sin estar coludidos, hay quienes siguen pensando que la mejor pregunta que pueden hacerle a un funcionario es “¿Qué apoyos vino a entregar?”. En este punto, ofende más el propagandismo automático del informador que el asistencialismo electorero del servidor público.

En general, los medios de comunicación han sido invadidos por los administradores. Es comprensible que una empresa busque maximizar utilidades, pero si de dinero se trata, el oficialismo no es el mejor negocio. Al contrario, esta práctica aburre a la audiencia y abre una zanja entre ésta y el medio. Depender de un grupo selecto de benefactores cierra las puertas a una comercialización amplia y somete la línea editorial a los caprichos de unos cuantos.

Ningún proyecto periodístico madura como tal si es visto como un pretexto para la consecución de otros fines. Los retos de la prensa local son numerosos e incluyen la ampliación de su alcance a través de la Red, una mayor calidad en la producción de las notas, el impulso al periodismo de investigación y una verdadera competencia entre medios. Pero, ante todo, el redescubrimiento de su función social en un entorno que exige ajustes, cambios y reformas que serían imposibles sin la solidaridad de los medios.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Sobre el Premio Nacional de Periodismo

El Club de Periodistas de México me distinguió este martes con el Premio Nacional de Periodismo 2009, honor compartido con comunicadores como Eva Golinger, Carmen Aristegui, Ana Lilia Pérez y académicos como Noam Chomsky, Lorenzo Meyer y John M. Ackerman.

El reconocimiento en la categoría de “Trabajo Periodístico Universitario” también lo recibió Juan Manuel Ramírez, colega en la realización del blog Notas UDLA, un proyecto de periodismo digital en la Universidad de las Américas Puebla. Este medio surgió como una propuesta multimedia ante el vacío informativo generado por la censura al semanario estudiantil “La Catarina”.

El jurado calificador, que evaluó 7 mil 281 trabajos, destacó en sus razones el “trabajo impecable” que evidenció la forma en que el rector Luis Ernesto Derbez antepone sus intereses a los de la comunidad universitaria, “vulnerando también los derechos humanos, laborales y académicos.”

La ocasión nos permitió hacer pública una reflexión sobre el estado del periodismo universitario en México, una práctica en peligro de extinción. Lo anterior –amplío ahora- se debe a la escasez de programas académicos que lo impulsen y a la inconveniencia que su práctica representa para las instituciones educativas.

Los medios estudiantiles de línea editorial independiente son cada vez menos. En su lugar, se distribuyen periódicos editados por las oficinas de Prensa con claras intenciones propagandísticas y aparentemente nadie nota la diferencia.

En este contexto, la vocación periodística de muchos jóvenes se desperdicia en la difusión de logros y “buenas noticias”. La investigación, la crítica y la incomodidad inherentes a un ejercicio informativo digno quedan fuera de la ecuación.

Luego, la versión complaciente y distorsionada del periodismo termina implantándose en la mente de los universitarios que, una vez fuera, están listos para reproducir boletines, ocultar datos y mendigar la aprobación de la autoridad en turno.

Hacer lo contrario representa un riesgo, dentro y fuera un campus. Los estudiantes son acusados de abaratar su título y los ciudadanos de despreciar a la Patria. La incomprensión y el reproche son la constante.

Ese riesgo acompaña la labor de muchos, que es el derecho de todos. La información ya no puede negarse, aunque siga ocultándose. En México el reto es mayúsculo pues impera la corrupción. Por eso, los motivos de un periodista en este país sólo se entienden –como escribí en la primera entrega de esta columna- desde “la peligrosa ignorancia o la verdadera vocación”.

Muchos han quedado en el camino. “Periodistas y más periodistas masacrados. Los muertos gritan y la justicia calla”, dijo en la ceremonia del martes Celeste Sáenz de Miera, secretaria general del Club de Periodistas. “Todo pasa y nada pasa”, reclamó.

Carmen Aristegui –quien recibió el premio en la categoría de “Entrevista”- comentó: “La impunidad es precisamente uno de los rasgos más trágicos de esta nuestra difícil transición a la democracia mexicana, si es que eso existe ya en estos momentos del país”.

El reconocimiento honra y compromete. Haberlo recibido se transformará en un recordatorio permanente de las cualidades deseables en mi labor periodística. El desafío apenas inicia y lo mejor está por venir.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Más trabajo, menos medios

El presidente Felipe Calderón debería reducir su presencia en los medios, aunque sus estrategas le recomienden lo contrario. El mandatario inicia la segunda mitad de su sexenio con una popularidad a la baja, una economía que no levanta y las manifestaciones cada vez más frecuentes del descontento generalizado en el país.

Para un político gris e ineficaz como él, cada minuto en televisión representa la posibilidad de fabricar atributos y generar simpatías. Así lo creyó durante años y ahora descubre su error. La falta de carisma y de resultados de gobierno no puede suplirse con tiempo aire. Al contrario, es de esperarse que cada minuto transmitido sea un suplicio para el televidente, una invitación al enojo.

56 por ciento de los mexicanos considera que el país va por “mal camino”, informó esta semana el periódico Reforma. Consulta Mitofski lo confirma revelando que la desaprobación al Ejecutivo federal es la mayor de su periodo. Además, Milenio publicó que en el último año se triplicó el número de personas que “de plano no confía” en Calderón y su equipo.

Promover al gobierno federal implica gastos enormes. Lo que no tiene precio es que, a pesar de la saturación mediática, nadie salve a Felipe Calderón de ser abucheado públicamente. Había sucedido en menor escala durante actos oficiales pero nunca como el 11 de noviembre en Torreón. Ese día, el Estado Mayor comprobó que es imposible contener a un estadio lleno. El presidente tuvo que sonreír: descubrió que cuando falla el audio queda la foto.

De poco sirvieron los horarios estelares y los noticieros complacientes. Comprar interés no lo hizo interesante. El personaje en cuestión no entusiasma aunque sus declaraciones sean la nota del día todos los días. Fueron inútiles los esfuerzos para posicionarse como salvador de la humanidad ante la epidemia o como el hombre “valiente” que combate al crimen organizado. Nada funcionó.

Aburrimiento total e indignación a tope. La larguísima entrevista difundida por Televisa la semana pasada con motivo de los tres primeros años de administración calderonista me permitió vivir en carne propia la agonía de miles de televidentes. Por la tranquilidad del país, el presidente debería retirarse de los reflectores para trabajar lejos de la exposición pública en la comodidad de su despacho. Eso le redituaría en términos de imagen.

Ahora que si la intención es incentivar el descontento y multiplicar las voces a favor de la revocación del mandato, el Ejecutivo está haciendo su parte. Es más, ha llegado la hora de invadir las pantallas, de secuestrar la programación con su gracia y brillantez. Si en el 2006 Paty Chapoy lo nombró su “gallo”, ¿por qué no regresar a esas emisiones que lo acogieron como candidato?, ¿por qué no apelar a la credibilidad de comunicadores que igual venden gobernadores que detergentes?

Es tiempo de definiciones. Si se pretende mejorar la relación del gobernante con sus gobernados, urge cambiar la estrategia. No hacerlo demostrará en los hechos la terquedad y la sordera suficientes para que la opinión pública mantenga su castigo al presidente. Propongo entonces más trabajo y menos medios. Las consecuencias de invertir la fórmula están a la vista de todos.