El rol de la prensa local en México es inseparable de la situación imperante en el país. Sus virtudes, en este contexto, pasan necesariamente por la ventilación de controversias sociales y por la mediación ante las autoridades civiles. Si el gobernante en turno sólo actúa cuando los problemas han alcanzado la esfera pública, los medios son los mejores aliados de la ciudadanía.
Así lo han entendido los lectores, radioescuchas y televidentes que –dejando a un lado la pasividad inherente a su postura como receptores- intentan comprender el lenguaje y las inclinaciones de cada medio. Una manifestación, por ejemplo, recibirá mayor interés de la televisión si es visualmente atractiva. Un periódico de corte político, por otro lado, encontrará relevante la protesta si algún funcionario es acusado directamente.
Y aunque la prensa reconozca en su relación con la audiencia la única razón de su existencia, a menos que su continuidad esté garantizada por fuerzas superiores, son muchos los vicios que aún aquejan a lo que también se conoce como ‘periodismo de proximidad’.
La prensa local depende excesivamente de la nota del día, es decir, de la información generada diariamente por los actores políticos y sociales. La investigación es poca o nula, generalmente por la falta de reporteros especializados o de recursos para financiar su labor. Así pues, la oferta informativa termina condicionada por el desfile matutino de declarantes que privilegia los dichos sobre los hechos y que muchas veces no es trascendente o siquiera interesante.
Se ha perdido el sentido de la exclusiva. Son pocos los medios que buscan ganar la noticia. En parte, porque no existe una competencia real entre ellos y porque los reporteros trabajan en grupo. La manifestación más clara de este error es el monstruo de grabadoras y micrófonos que suele rodear a los políticos. Ese ‘monstruo’ es inflexible y torpe por naturaleza, no permite cuestionamientos incisivos y unifica los criterios.
Esto sin contar que en México las dependencias gubernamentales suelen sembrar y patrocinar a ‘periodistas cómodos’ (en este caso el adjetivo invalida al sustantivo). No obstante, incluso sin estar coludidos, hay quienes siguen pensando que la mejor pregunta que pueden hacerle a un funcionario es “¿Qué apoyos vino a entregar?”. En este punto, ofende más el propagandismo automático del informador que el asistencialismo electorero del servidor público.
En general, los medios de comunicación han sido invadidos por los administradores. Es comprensible que una empresa busque maximizar utilidades, pero si de dinero se trata, el oficialismo no es el mejor negocio. Al contrario, esta práctica aburre a la audiencia y abre una zanja entre ésta y el medio. Depender de un grupo selecto de benefactores cierra las puertas a una comercialización amplia y somete la línea editorial a los caprichos de unos cuantos.
Ningún proyecto periodístico madura como tal si es visto como un pretexto para la consecución de otros fines. Los retos de la prensa local son numerosos e incluyen la ampliación de su alcance a través de la Red, una mayor calidad en la producción de las notas, el impulso al periodismo de investigación y una verdadera competencia entre medios. Pero, ante todo, el redescubrimiento de su función social en un entorno que exige ajustes, cambios y reformas que serían imposibles sin la solidaridad de los medios.
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