miércoles, 24 de noviembre de 2010

Y todo por un edificio...

Adiós Bicentenario, adiós Centenario. Este año de conmemoraciones históricas terminó con un gris festejo de la Revolución. El aniversario del levantamiento armado de 1910 no le importó a nadie. ¡Ni a quienes se beneficiaron económicamente de él! Como a la empresa encargada de construir la nueva sede del Senado.

Por sus características y propósitos, el imponente edificio en Paseo de la Reforma es un proyecto arquitectónico de trascendencia justificable. Eso no impidió que fuera entregado tarde e incompleto, como la mayoría de las obras del Bicentenario. Su inauguración se esperaba en septiembre, después en noviembre y ahora el próximo año.

Mientras esto ocurre, la construcción de 2 mil 300 millones de pesos ha generado un fenómeno digno de reflexión: los actores políticos han proyectado sobre un edificio sus ideologías y deseos. Las declaraciones de los senadores en los últimos días permiten ejemplificar un fundamento de la percepción: el mismo objeto tiene significados distintos para personas diferentes.

Para el senador Ricardo Monreal, se trata de un “lujo” y de un “exceso”. El coordinador del Partido del Trabajo en el Senado señaló que la Cámara Alta se había caracterizado por su austeridad y que ante las dificultades económicas de la actualidad, no debe celebrarse el dispendio. “Hay una élite política distanciada de la población que no siente si hay gente sin empleo, si hay gente con carencias graves y nosotros vamos a estar en una casa impresionante”, lamentó.

Pero este “no es un tema a debate” para el presidente del Senado. Para el priista Manlio Fabio Beltrones, la nueva sede simboliza una modernización necesaria y un pretexto para renovar los ánimos. “Un nuevo Senado no nada más necesita un recinto moderno como este, sino también una nueva actitud, que estoy seguro que vendrá a obsequiarse en los trabajos definitivos de esta legislatura”, dijo.

Pero la joya declarativa de la semana es la explicación del senador perredista Carlos Navarrete: “Los palacios de gobierno, los palacios presidenciales, los palacios legislativos, los palacios de justicia, deben ser imponentes como el que estamos viendo aquí, porque compite con los grandes bancos, con las casas de bolsa, con las catedrales y con los centros religiosos”.

Según Navarrete, el gigantesco complejo de oficinas es una manifestación de la lucha del “Estado moderno” contra los poderes fácticos. ¿Qué tiene de moderno un Estado que demuestra su autoridad con edificios? ¿A dónde nos llevaría una competencia al estilo Navarrete? ¿Si algún poder fáctico construyera la Torre de Babel merecería la genuflexión del Estado?, ¿de los legisladores?, ¿de Navarrete?

Las posturas de los senadores son reveladoras. Casi tanto como el hecho de que un proyecto prioritario para el Estado, se le vaya de las manos. Las proyecciones sobre su fachada son una radiografía de nuestra idiosincracia y clase política. Si Navarrete tiene razón, el gobierno vive de apariencias. Lo peor en este caso es que no haya podido mantenerlas.

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