Otra vez un choque de Patrias. Dos culturas, dos nacionalismos, sus prejuicios y proyecciones, encontrándose. México y Francia sostenían una relación digna de noticias alegres y ferias culturales, hasta que una ciudadana francesa fue detenida por policías mexicanos en circunstancias irregulares. La guerra de boletines, declaraciones y actos elevó el conflicto a nivel de Estado.
Ya es entre presidentes y por eso no se olvidará. No es el tema mediático-diplomático de ocasión, como la ley antiinmigrante en Arizona o los comentarios ofensivos de unos conductores británicos. El episodio pasará a la historia y aunque no sea la nueva “guerra de los pasteles”, será recordado por lo que implica.
Los franceses tienen un punto. Su paisana fue condenada a morir en la cárcel por el sistema judicial de México; un país que desde afuera y desde adentro parece lleno de corrupción y violencia. Ellos, con la soberbia natural de quienes gozan el “primer mundo”, nos miran hacia abajo. Y nuestros políticos les dan razones.
La más importante es el beneplácito presidencial ante un funcionario de primer nivel que orquestó el montaje-show-reality, en que fue detenida Florence Cassez. Es un hecho público, ampliamente socializado y discutido en nuestro país. De ahí se cuelgan los defensores de quien, según nuestros jueces, es culpable de secuestro.
Y cada quien protege lo suyo. El Estado mexicano respalda con toda su fuerza una sentencia judicial que ha puesto en riesgo sus relaciones diplomáticas con un aliado comercial en Europa. Aquí lo aplauden académicos, legisladores y funcionarios: duro contra Francia. Allá sucede lo mismo. El discurso de “nosotros contra ellos” es un tremendo factor de cohesión social.
La verdad es que ambas partes alimentaron el diferendo con irresponsabilidad y nacionalismo. La situación es absolutamente atractiva para los medios. De hecho, es mediática en buena parte: inició con un operativo policiaco diseñado para los medios y ha ido creciendo con las declaraciones registradas por la prensa.
¿Quién tiene la razón? ¿Un gobierno soberano que defiende a un sistema judicial obsoleto? ¿Un gobierno que busca popularidad con la defensa de una presunta secuestradora? Ni buenos ni malos, sólo países defendiendo sus intereses y los reproches han sido simbólicos, afortunadamente.
Lo que queda es una historia que al contarse retratará a dos sociedades que se enemistaron por un asunto que, grave o no, terminará siendo anecdótico. Por eso mi alusión a la “guerra de los pasteles”, porque un conflicto entre naciones es relativamente fácil de provocar. De la terquedad o flexibilidad de las partes dependerá el fin de la controversia.
Tarde o temprano, México y Francia harán las paces. El asunto Cassez quedará como una cicatriz y nada más. Para que eso ocurra es necesario que el tema se enfríe primero en los medios. De lo contrario, la búsqueda permanente de reacciones seguirá alimentando el problema. Con el paso del tiempo llegará la prudencia, esperemos.
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