Una entrevista incómoda al ex presidente Luis Echeverría, le ganó el Premio Nacional de Periodismo a Rogelio Cárdenas Estandía, quien a los 29 años de edad es director general adjunto del periódico “El Financiero”. La lista de ganadores en varias categorías se dio conocer esta semana por el jurado calificador que encabeza la politóloga Denise Dresser.
Las declaraciones de Echeverría a Cárdenas Estandía fueron publicadas en un libro a finales del año pasado y se compilaron durante 14 sesiones, hasta que el ex presidente decidió suspenderlas ante los cuestionamientos sobre temas “sensibles”. Se trataba de la segunda serie de entrevistas que Echeverría permitía en un lapso de 32 años.
La historia es digna de contarse. ¿Por qué si Echeverría había negado sistemáticamente las peticiones de los medios nacionales e internacionales, decidió recibir al joven periodista? Todo inició con un desayuno, según cuenta el propio Rogelio. Ahí, Echeverría le dijo que podía volver a su casa cuando quisiera, siempre y cuando se reunieran a comer antes.
Para evitar compromisos, hay medios que prohíben a sus reporteros recibir siquiera un vaso de agua, otros fomentan la deshonestidad con salarios mezquinos. En este caso, la situación planteaba un conflicto ético (aceptar una comida pagada) pero la condición no detuvo al reportero, quien asegura que su intención fue clara desde el principio.
La relación entre Luis Echeverría y Rogelio Cárdenas creció naturalmente, tanto que el periodista le regaló una serie de televisión que luego se convirtió un requisito más de las entrevistas. Ahora tenían que desayunar, hablar de la historia de México y ver algún capítulo de la serie. El todopoderoso presidente de los setenta, sumido en la soledad, necesitaba compañía.
A partir de la onceava sesión, el clima comenzó a tensarse. Según relata Cárdenas Estandía, existían presiones del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) para evitar que temas “clasificados” fueran ventilados. La relación explotó y sobrevino el rompimiento, pero a nivel noticioso, las entrevistas “no autorizadas” resultaron un valioso testimonio.
A sus 86 años, Echeverría responsabilizó a Gustavo Díaz Ordaz de los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968. Habló de su partido, discutió la reforma energética y dijo que su arraigo domiciliario era un “cobro de facturas” de Vicente Fox.
La situación tuvo similitudes con la entrevista histórica entre David Frost y Richard Nixon en los Estados Unidos. Nixon era un político astuto con pocas simpatías, acusado de crímenes, recibiendo a un periodista a quien subestimó. La diferencia es que Nixon pidió disculpas y Echeverría las omitió. “Ni pido perdón a nadie ni me lo doy”, dijo.
El último entrevistador de Echeverría había sido su amigo y biógrafo personal, Luis Suárez, quien publicó dos libros con las respuestas del ex presidente a preguntas que no lo comprometían. El caso de Rogelio Cárdenas es diferente, pues se atrevió a ser incisivo. Esa incomodidad -resultado inevitable de la verdadera actividad periodística- será premiada el próximo 11 de mayo.
Las declaraciones de Echeverría a Cárdenas Estandía fueron publicadas en un libro a finales del año pasado y se compilaron durante 14 sesiones, hasta que el ex presidente decidió suspenderlas ante los cuestionamientos sobre temas “sensibles”. Se trataba de la segunda serie de entrevistas que Echeverría permitía en un lapso de 32 años.
La historia es digna de contarse. ¿Por qué si Echeverría había negado sistemáticamente las peticiones de los medios nacionales e internacionales, decidió recibir al joven periodista? Todo inició con un desayuno, según cuenta el propio Rogelio. Ahí, Echeverría le dijo que podía volver a su casa cuando quisiera, siempre y cuando se reunieran a comer antes.
Para evitar compromisos, hay medios que prohíben a sus reporteros recibir siquiera un vaso de agua, otros fomentan la deshonestidad con salarios mezquinos. En este caso, la situación planteaba un conflicto ético (aceptar una comida pagada) pero la condición no detuvo al reportero, quien asegura que su intención fue clara desde el principio.
La relación entre Luis Echeverría y Rogelio Cárdenas creció naturalmente, tanto que el periodista le regaló una serie de televisión que luego se convirtió un requisito más de las entrevistas. Ahora tenían que desayunar, hablar de la historia de México y ver algún capítulo de la serie. El todopoderoso presidente de los setenta, sumido en la soledad, necesitaba compañía.
A partir de la onceava sesión, el clima comenzó a tensarse. Según relata Cárdenas Estandía, existían presiones del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) para evitar que temas “clasificados” fueran ventilados. La relación explotó y sobrevino el rompimiento, pero a nivel noticioso, las entrevistas “no autorizadas” resultaron un valioso testimonio.
A sus 86 años, Echeverría responsabilizó a Gustavo Díaz Ordaz de los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968. Habló de su partido, discutió la reforma energética y dijo que su arraigo domiciliario era un “cobro de facturas” de Vicente Fox.
La situación tuvo similitudes con la entrevista histórica entre David Frost y Richard Nixon en los Estados Unidos. Nixon era un político astuto con pocas simpatías, acusado de crímenes, recibiendo a un periodista a quien subestimó. La diferencia es que Nixon pidió disculpas y Echeverría las omitió. “Ni pido perdón a nadie ni me lo doy”, dijo.
El último entrevistador de Echeverría había sido su amigo y biógrafo personal, Luis Suárez, quien publicó dos libros con las respuestas del ex presidente a preguntas que no lo comprometían. El caso de Rogelio Cárdenas es diferente, pues se atrevió a ser incisivo. Esa incomodidad -resultado inevitable de la verdadera actividad periodística- será premiada el próximo 11 de mayo.
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