Cortina de humo, eso es la “influenza porcina” en los medios de comunicación. Sin negar la epidemia, resulta preocupante que el panorama informativo haya sido eclipsado por el tema. Pareciera que, de pronto, nada relevante sucede en el país si no está relacionado con la enfermedad. La crisis económica, el narcotráfico y las controversias electorales fueron sustituidas por cátedras sobre el tapabocas y exhortaciones a la calma.
Los medios se justifican y aseguran que su cobertura es un servicio social. Reiteran que no pretenden causar pánico, cuando ha sucedido justo lo contrario. Siendo la fuente primaria de noticias, la televisión ha sido irresponsable y alarmista, aunque lo niegue. Los hechos apuntan hacia otra dirección: el tono de sus conductores, la musicalización dramática y el uso de información no confirmada.
La salud queda en segundo plano y se aprovecha la contingencia para lucrar con el miedo. Si la preocupación humanista de los medios fuera genuina, el tema de la “influenza porcina” podría tratarse ampliamente desde un enfoque científico. Por el contrario, ha prevalecido la información superficial y politizada.
Lo que podría ser un debate entre batas blancas, se convirtió en un desfile de corbatas. ¿Por qué los datos “más confiables” de la epidemia vienen de fuentes gubernamentales? Así lo decide el periodismo oficialista que otorga la autoridad de epidemiólogos a políticos con tapabocas que tropezadamente opinan como científicos improvisados. ¿No serían más reveladoras las declaraciones de un académico o investigador que las hipótesis y recomendaciones de un funcionario convertido en “experto” por la magia de la generación espontánea?
Si la prensa informara exhaustivamente, habría encontrado nuevas aristas del tema. Por ejemplo, el hecho de que la enfermedad es motivo de regocijo para las empresas farmacéuticas que acaparan las vacunas y los antivirales. Esta semana, las acciones de GlaxoSmithKline y Roche -hasta ahora únicas tenedoras de la cura- han aumentado 2.42 y 3.51 por ciento, respectivamente. Y de las ganancias, ni hablar...
¿Por qué un tapabocas de 50 centavos puede costar 50 pesos? La epidemia es un negocio y también se manifiesta en las “compras de pánico”. Sucede que ante la información “responsable” de los medios, los mexicanos decidieron que la mejor idea era aglutinarse en clínicas, hospitales y supermercados. El riesgo de contagio aumenta con la paranoia y su origen puede rastrearse con un control remoto.
¿Por qué mutó el virus? ¿De dónde viene? ¿Por qué no conocemos los nombres de las víctimas? ¿Por qué depende México de patentes extranjeros? ¿Hace falta inversión en ciencia y tecnología? ¿Por qué hay muertes si existe una cura y abunda la información? ¿Por qué los préstamos extranjeros si, en teoría, teníamos todo para combatir la epidemia? ¿Cómo se recuperará la actividad económica? Fuera de los ambulantes, las farmacéuticas, los políticos y los medios de comunicación, ¿alguien más podría capitalizar este distractor?, ¿quién y para qué? Al final, hay más preguntas que respuestas.
Los medios se justifican y aseguran que su cobertura es un servicio social. Reiteran que no pretenden causar pánico, cuando ha sucedido justo lo contrario. Siendo la fuente primaria de noticias, la televisión ha sido irresponsable y alarmista, aunque lo niegue. Los hechos apuntan hacia otra dirección: el tono de sus conductores, la musicalización dramática y el uso de información no confirmada.
La salud queda en segundo plano y se aprovecha la contingencia para lucrar con el miedo. Si la preocupación humanista de los medios fuera genuina, el tema de la “influenza porcina” podría tratarse ampliamente desde un enfoque científico. Por el contrario, ha prevalecido la información superficial y politizada.
Lo que podría ser un debate entre batas blancas, se convirtió en un desfile de corbatas. ¿Por qué los datos “más confiables” de la epidemia vienen de fuentes gubernamentales? Así lo decide el periodismo oficialista que otorga la autoridad de epidemiólogos a políticos con tapabocas que tropezadamente opinan como científicos improvisados. ¿No serían más reveladoras las declaraciones de un académico o investigador que las hipótesis y recomendaciones de un funcionario convertido en “experto” por la magia de la generación espontánea?
Si la prensa informara exhaustivamente, habría encontrado nuevas aristas del tema. Por ejemplo, el hecho de que la enfermedad es motivo de regocijo para las empresas farmacéuticas que acaparan las vacunas y los antivirales. Esta semana, las acciones de GlaxoSmithKline y Roche -hasta ahora únicas tenedoras de la cura- han aumentado 2.42 y 3.51 por ciento, respectivamente. Y de las ganancias, ni hablar...
¿Por qué un tapabocas de 50 centavos puede costar 50 pesos? La epidemia es un negocio y también se manifiesta en las “compras de pánico”. Sucede que ante la información “responsable” de los medios, los mexicanos decidieron que la mejor idea era aglutinarse en clínicas, hospitales y supermercados. El riesgo de contagio aumenta con la paranoia y su origen puede rastrearse con un control remoto.
¿Por qué mutó el virus? ¿De dónde viene? ¿Por qué no conocemos los nombres de las víctimas? ¿Por qué depende México de patentes extranjeros? ¿Hace falta inversión en ciencia y tecnología? ¿Por qué hay muertes si existe una cura y abunda la información? ¿Por qué los préstamos extranjeros si, en teoría, teníamos todo para combatir la epidemia? ¿Cómo se recuperará la actividad económica? Fuera de los ambulantes, las farmacéuticas, los políticos y los medios de comunicación, ¿alguien más podría capitalizar este distractor?, ¿quién y para qué? Al final, hay más preguntas que respuestas.
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