Los mexicanos conmemoran la independencia pero sufren por una crisis que viene “de fuera”, aplauden los ideales revolucionarios pero censuran la insurrección. Son tiempos de contradicción evidente entre las razones históricas del festejo y las condiciones actuales del país. Las fiestas patrias requieren hoy de ignorancia y de optimismo infundado, de individuos que -en el mejor de los casos- ofrezcan en sacrificio las razones válidas de su pesar al placer de la convivencia programada.
El 15 de septiembre es una fecha de cualidades estáticas. Ha permanecido en el tiempo como una noche colorida de gozo patriótico, pese al conjunto de eventos que podrían oscurecerla. El molde de esta verbena incluye también a los medios de comunicación. Ese día, la novedad es lo de siempre porque no hay tradición sin repetición. Y aunque la violencia rampante no distinga efemérides, la versión difundida será de paz y de unidad; últimamente más por consigna que por descripción.
Hace un año, mientras dos granadas explotaban en la plaza principal de Morelia, la televisión nacional era pura diversión. Televisa y Televisión Azteca ignoraban el hecho como si la maquinaria informativa que suelen presumir sufriera de parálisis momentánea. La exclusiva fue de Cadena Tres, un canal que hizo más con menos recursos. La programación se interrumpió y los micrófonos se abrieron a la confusión que reinaba en la capital michoacana.
Sin enjuiciar la especulación inherente a la transmisión en vivo de un suceso de esta naturaleza, con tantas interrogantes y cabos sueltos, el esfuerzo periodístico resultó loable. Aún más, tras el ejercicio de un simple zapping que demostraba el doloroso contraste entre la realidad y el circo: la tragedia por un lado y la celebración forzada por el otro.
El martes pasado, cuando políticos de dudosa representatividad y cuestionable calidad moral agitaban sonrientes el lábaro patrio frente a sus gobernados en todos los rincones del país, descubrí que la lucha por la libertad se pierde cuando termina, cuando la certeza de la victoria anestesia la percepción y abre paso a la desidia que, a su vez, patrocina el retroceso y amenaza los logros alcanzados.
La paradoja mexicana encuentra en el festejo su desgracia. Sólo ahí, en la comodidad de una soberanía asegurada y de una independencia que no requiere ajustes posteriores, habrá de perderse lo ganado. La información es un factor clave para revertir esta tendencia. La sociedad difícilmente saldrá del letargo si continúan ocultándosele datos que, para otros, explican el sentido de urgencia y el llamado a la movilización.
Los actuales son tiempos violentos que justifican la militarización de las calles, de hoyos financieros que requieren de impuestos a los pobres para ayudar a los pobres, de simulación para minimizar la crisis. El ánimo triunfalista, sello de estas fechas, puede esperar a épocas mejores, e incluso entonces, bajar la guardia sería riesgoso.
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