Más cercano a la farsa que a un acto republicano, el mensaje que Felipe Calderón pronunció desde Palacio Nacional evidencia la confusión del presidente entre la burda autopromoción y las condiciones para una verdadera rendición de cuentas. No es suficiente con exculparse y llamar a la unidad. Tampoco basta con entonar el himno y hacerse acompañar de burócratas aduladores. Los requerimientos son, para desgracia del mandatario, mucho más complejos.
Desde el punto de vista teórico, la “rendición de cuentas” en Norteamérica puede rastrearse a un ensayo publicado en 1999 por Andreas Schedler, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Viena. Schedler reconoce dos dimensiones básicas de este concepto: la obligación de los funcionarios de comunicar y justificar sus decisiones en público, y la capacidad de sancionar a los políticos que incumplan sus deberes.
El informe no debería ser un listado de logros, e incluso si lo fuera, Calderón se quedó corto. A falta de indicadores que justificaran el optimismo característico de los funcionarios que viven disociados de la realidad, el presidente leyó un discurso cuyo mensaje clave podría resumirse en la impotencia de su administración para cumplir promesas y ofrecer resultados frente a los “desafíos históricos” de la actualidad. En pocas palabras: se hizo lo que se pudo hasta el “límite de posibilidades que tiene el gobierno federal”.
La noción de imposibilidad evoca la idea de agentes externos que impiden el desarrollo nacional. Si consideramos que situaciones emergentes como la crisis económica internacional y la pandemia de influenza fueron especialmente perjudiciales para México, habríamos de cuestionarnos si existieron elementos internos que las hayan potenciado. En este punto quizá descubramos lo que el Ejecutivo federal no pudo reconocer o al menos no externó: más allá de las limitaciones, el fracaso mexicano es producto de la incapacidad.
Si el primer paso en la resolución de un problema es la aceptación de su existencia, descubriremos que la situación actual no es alentadora. Si la “Guerra contra el narcotráfico” es lo mejor que nos pasó en los últimos tres años, ¿qué podemos esperar de la segunda mitad del sexenio? ¿Qué más podría ofrecernos un gobierno que provocó un incremento en las violaciones a los derechos humanos en su lucha por la proteger a los ciudadanos?
Las arcas nacionales han patrocinado durante años un montaje para ocultar la contundencia de los hechos. Jean Baudrillard, sociólogo francés, decía que en la actualidad se confunde realidad con simulación y que los involucrados son incapaces de notarlo. Así pues, en el caso mexicano, el estallido de violencia encontrará su explicación en ese simulacro y tenderá a reforzarlo.
Si la rendición de cuentas fuera más que una ilusión, Felipe Calderón estaría obligado a responder por los compromisos que hizo en campaña y por las leyes que juró defender. Un año más que se esfuma la posibilidad de progreso, uno más que en México se confirma lo que Carlos Pellicer llamó el “esplendor ausente”. Otro informe fallido, uno más a la lista de los agravios que terminarán impunes.
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