martes, 2 de marzo de 2010

Desastres

Las señales de Fox News y CNN International eran contundentes. En cualquier momento un tsunami golpearía las islas de Hawaii y nosotros, los televidentes, presenciaríamos en vivo y sin cortes comerciales el poder destructor de la naturaleza.

Los minutos transcurrieron y la información se agotó. Iniciaron las reiteraciones y se multiplicó el relleno. La transmisión se alargó hasta que la tensión desapareció. Al final, el pronóstico falló pero la cobertura significó el nacimiento de un género televisivo: la transmisión anticipada de catástrofes naturales.

Ocurrió el sábado 27 de febrero, horas después del sismo en Chile. Por instantes, se vislumbró la posibilidad de un evento más en la lista de los desastres que han sacudido a la humanidad en los últimos meses.

Desde el punto de vista periodístico, estas tragedias representan oportunidades, retos y riesgos. Oportunidades porque las historias pueden contarse hoy como nunca antes. Retos porque requieren de enfoques diferentes y creativos. Riesgos por la tendencia a convertir la noticia en espectáculo y por la abundancia de fuentes incapacitadas o ignorantes.

Impactar es cada vez más sencillo. Son tiempos de bonanza para el periodismo, sobran cámaras y ciudadanos que registren el momento preciso en que suceden los hechos. Los avances tecnológicos permiten también que la información se complemente, por ejemplo, con imágenes satelitales o sobrevuelos virtuales.

En estas circunstancias, el desafío es la innovación. Los testimonios y las escenas de devastación son prácticamente iguales después de un sismo en cualquier latitud. Importa pues ampliar el contexto, buscar elementos únicos o distintivos y evitar depender de la información gubernamental. La verdad oficial es un dato más y no un desmentido absoluto de otras versiones.

La prensa ve en la desgracia una ocasión extraordinaria para su labor. Un ejercicio informativo digno dista mucho de las dramatizaciones y el alarmismo innecesario, especialmente en un escenario tan delicado. Parece que la intención es otra.

Un riesgo más está en dar voz a declarantes irresponsables. “Es como si el temblor no sólo hubiera removido las placas tectónicas y la superficie sobre ellas sino también las capas de la mente y, como secuela, un incremento exponencial en los casos de contagio del Síndrome de las Declaraciones Locas”, señala el escritor Heriberto Yépez.

Este Síndrome fue identificable en los enunciados de Pat Robertson, ministro cristiano, luego del sismo en Haití donde –según él- impera un “pacto diabólico”. Afecta también a figuras nacionales como el arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, quien atribuye los terremotos a las bodas gays. ¡Ahora resulta que la separación de Pangea fue producto de la inmoralidad planetaria!

Los desastres naturales son inevitables. Lo cierto es que sus agravantes podrían controlarse si surgen del sistema económico. Es innegable que el impacto de estos fenómenos se agrava con la pobreza. Desafortunadamente la destrucción del planeta, resultado de la explotación desmedida de los recursos, continuará mientras sea rentable.

Las catástrofes generan escasez, la escasez provoca desesperación, la desesperación culmina en violencia. El papel de los medios es clave en la reconstrucción y también en la concientización de una raza destructiva que –sin cambios urgentes- podría atestiguar su paulatina extinción. Eso sí, en vivo y a todo color.

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