Millonarias. Así son las cuentas bancarias de los clientes y las ganancias de un negocio que rara vez se completa en su sentido más amplio. Decir que está “de moda” es subestimarlo, atribuir a su influencia la elección cargos públicos es razonable.
La compra de “avales” surgidos del medio del espectáculo por parte de políticos y empresarios está en auge. En tiempos de la voracidad publicitaria, una cara conocida y una sonrisa Colgate son los únicos requisitos para personificar a la confianza.
Los ejemplos sobran. En estos días abundan los comerciales de Itatí Cantoral con el gobernador de Hidalgo. También hemos visto a Lucero promoviendo al gobierno del Estado de México, a Ernesto Laguardia convertido en porrista del mandatario chihuahuense y a un par de actores que, por la magia del contrato, descubrieron su vocación ecológica.
En cualquier diccionario, las acepciones de la palabra “aval” presuponen la existencia de dos entidades: la principal u obligada y la que responde por la primera. El problema surge cuando se fija el precio a un respaldo inexistente.
‘Te presto mi imagen, pero no me hago responsable’. O como diría Raúl Araiza -uno de los actores ecologistas- da igual si es Coca-Cola o Marinela. Tú dame el guión y yo lo digo sonriente, vendo cualquier cosa… pero paga.
Prostitución. ¿De qué otra forma puede clasificarse el giro de agencias como Imagen y Talento Internacional? Esta empresa, se sabe ahora, es el centro de la controversia entre Televisa y su socio Simón Charaf, dueño del infame Bar Bar.
Hace justamente una semana, Charaf fue entrevistado por Carmen Aristegui en MVS Noticias. Ahí denunció que la cobertura de la televisora de Emilio Azcárraga al caso del futbolista Salvador Cabañas pretende arrebatarle el 49 por ciento de una sociedad que administra “el talento” de casi 100 cantantes, actores y conductores.
Las filas de Imagen y Talento Internacional incluyen a figuras de la farándula, las telenovelas y hasta los noticieros. En esta última categoría destacan nombres como Leonardo Kourchenko, Carlos Loret de Mola, Adela Micha y Lolita Ayala. No sorprende que algunos ‘periodistas’ vendan “crema rosita” o “información que cura”.
En el fondo, la pregunta no es por qué Carmen Salinas vende bálsamos tibetanos o por qué los médicos y dentistas de los comerciales tienen voz de locutores. El tema es la credibilidad y la tolerancia al engaño.
Lo vimos en el año 2000 con el apoyo de celebridades como Chespirito y Eric del Castillo a Vicente Fox. En el 2006 con los elogios a Felipe Calderón por parte de Francisco “Kikín” Fonseca, Erika Buenfil y Fernando Sariñana. ¿Y su candidato? Bien, gracias.
El “aval” no funciona como tal porque la regulación publicitaria lo permite y porque la ética del medio del espectáculo no existe o se compra fácilmente. A estas alturas, creer en los avales es un acto de fe que patrocina todo tipo de fraudes.
Así ocurrió con Erick Guerrero Rosas, comentarista del noticiero de Javier Alatorre en Televisión Azteca. El analista aprovechó su proyección para vender su apoyo a una firma de inversión inmobiliaria que después estafó a miles de personas en varias ciudades del país. Seguro duerme como angelito…
El pleito entre Azcárraga y Charaf es entendible. El negocio que se disputan generará importantes dividendos en los próximos años. La política tiende al espectáculo y mientras la farsa sea rentable, las revistas de cualquier sala de espera son el catálogo de sus mejores aliados… o futuras esposas. Si no, pregúntenle a Peña Nieto o a César Nava.
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