martes, 15 de junio de 2010

El ocaso de los partidos

Las campañas electorales en 15 estados de la República han terminado aunque concluyan formalmente el 30 de junio. Desde el punto de vista periodístico y de la opinión pública, las elecciones de este año están agotadas. Son como guisados fríos en un buffet: están ahí pero no se antojan. Hay poco que informar antes de los resultados.

Pasó el tiempo de las declaraciones, los ataques y las insinuaciones de fraude. El episodio más notable de ese periodo fue la detención de Gregorio Sánchez, candidato a la gubernatura de Quintana Roo por la coalición PRD-PT-Convergencia. A estas alturas, ni los involucrados discuten el caso… además inició el mundial de la FIFA en Sudáfrica y su poder de distracción superará por una semana la fecha de los comicios.

Se pronostican triunfos avasalladores. Este factor, causa primordial del desinterés, es atribuible al “trabajo” de los gobernadores en sus estados, en otras palabras, al uso de recursos públicos para impulsar a su candidato. Las cifras difundidas por las encuestadoras durante los últimos meses eliminan la posibilidad de sorpresas. Cuando se conoce el final del cuento, la narración pierde su encanto.

Hay excepciones: Sinaloa y Oaxaca. En Sinaloa, los números cerrados y una serie de actos vandálicos permiten intuir una jornada violenta. La sede del PAN fue atacada con una bomba molotov el domingo pasado. En Oaxaca la competencia es reñida, hay amenazas de boicot a la instalación de casillas y personajes influyentes que operan tras bambalinas. Las elecciones oaxaqueñas son intensas por tradición.

Hay poco que decir sobre otras entidades. Y aunque hubiera historias que contar en Tamaulipas, por ejemplo, la supremacía del crimen organizado lo impediría. Por todo lo anterior, la prensa nacional se ha retirado parcialmente de la cobertura a las elecciones estatales. Ahora la responsabilidad es de los medios locales: sólo ellos publicarán los dichos de las próximas semanas.

Es lo único que habrá: verborrea triunfalista y declaracionitis. Será el punto final de cientos de campañas predecibles y grises: iniciaron con el anuncio de “propuestas de altura” y su posterior omisión, siguieron con las críticas a los adversarios, la guerra sucia, las quejas de la oposición y su llamado al debate. Todo esto mientras los punteros descansaban en su certeza intocable. Lo mismo de siempre.

Lo que cambió es la relación efectividad-precio de la clase política. Según datos del periódico Reforma, el gasto para la organización de los comicios de este año asciende a 3 mil 712 millones de pesos. Si consideramos que los procesos de 2004 y 2005 costaron 2 mil 544 millones, descubriremos que las elecciones del 2010 son exorbitantemente caras: requirieron mil 168 millones de pesos más. ¿Y los ahorros de la reforma electoral? ¿Dónde termina ese dinero?

Con el paso de los años, recordaremos estos días y sabremos que fueron vergonzosos para la democracia mexicana. La memoria dirá que el sistema de partidos terminó autodestruyéndose, dilapidando su credibilidad, revelando su engaño, “uniendo” las diferencias que eran su misma razón de existir.

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