Diría que los héroes nacionales se retuercen en su tumba, pero en realidad los preparan para una exhibición en Palacio Nacional. En una ceremonia con los más altos honores militares, fueron extraídos los restos de 12 caudillos insurgentes que descansaban en la base del Ángel de la Independencia. ¿A qué se debe esta ocurrencia?
El gobierno federal argumenta que algunos hombres ilustres murieron en batallas y después fueron enterrados por el enemigo. Resulta que la historia de México es corta y que la era tecnológica es aún reciente. Por lo tanto existen dudas sobre la identidad de algunos huesos que ocupaban un lugar honorífico al interior de un monumento.
Para resolver este impresionante enigma, se acude a investigadores del INAH para que estudien los restos y determinen si merecen ser expuestos al público durante un año en esta época de júbilo republicano. Y a menos que los padres de la Patria inicien una gira por las principales ciudades del país, regresarán triunfales a Paseo de la Reforma.
¡Cómo se conmueve la mexicanidad de mi espíritu! El domingo pasado fui testigo de la ceremonia casi religiosa en que los caudillos fueron trasladados hasta el Castillo de Chapultepec en 9 urnas. Las calles alrededor del Ángel estaban tomadas por militares, el acceso era difícil incluso para quienes estábamos en la lista de invitados. Cosas importantes, piensa uno.
Pese al impresionante operativo de seguridad, el presidente Felipe Calderón no se salvó de las rechiflas. Mientras leía enfáticamente un discurso alejado de la realidad, el titular del Poder Ejecutivo fue abucheado por un grupo de 20 personas que desde el público le gritaron “asesino”, “espurio” y “vende patrias”.
Ninguno de los presentes ignoró el episodio. Ocurrió al mismo tiempo que el presidente invitaba a defender nuestra “sagrada libertad”. Minutos después inició la guardia de honor, se tocó el himno nacional y los huesos fueron trasladados en vehículos militares. Ya en el Museo Nacional de Historia, los héroes patrios recibieron a Joaquín López-Dóriga, quien transmitió desde ahí su noticiero del lunes.
Reitero lo que escribí en este espacio a inicios de año: Las fiestas del bicentenario son como una borrachera sabatina: una exaltación inducida, una manifestación del despilfarro, una apuesta al olvido de las penas presentes en el recuerdo de glorias pasadas, una oportunidad para el exceso en tiempos de escasez.
Primero la televisión y luego el Ejército. Ahora Calderón se monta en los hombres ilustres con el fin de legitimarse. Un presidente de México que no será bien juzgado por la historia finge relevancia entre sus contemporáneos y habla a nombre de la Patria, como si esto último fuera posible. Pero ni rodeado de armas, cámaras y banderas logra que se olviden los huesos que sí lo comprometen.
¿Qué hay de las muertas de Juárez? ¿De los miles de ejecutados en todo el país? ¿De los 49 niños que fallecieron en la guardería ABC sin se haya ejercitado acción penal contra ninguno de los responsables a un año de la tragedia? ¡Que hable de esos muertos! Si los hombres ilustres vivieran seguro le reclamarían, aunque sus restos se presten al show.
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