miércoles, 7 de julio de 2010

El mito de la alternancia

Aunque sean históricos y sorprendentes, los resultados de la jornada electoral del domingo no son alentadores. La celebración casi automática e irreflexiva de la alternancia política demuestra las consecuencias del olvido y el triunfalismo infantil. ¿Por qué no analizar sus factores y el entorno en que ocurre? Hace una década se comprobó que el “cambio” sólo garantiza una noche de festejos y que ese júbilo puede convertirse pronto en decepción.

En un país como México, la alegría de un electorado que se siente capaz de cambiar los colores del partido en el poder es efímera e ingenua. Aún más cuando las diferencias ideológicas de los institutos políticos se han desvanecido a la vista de todos. Se dice, por ejemplo, que el PRI fue derrotado en Puebla y Sinaloa, cuando en realidad los próximos gobernadores son ex priístas cobijados por una serie de partidos que al unirse atentan contra la razón de su existencia.

Se ha comprobado hasta el hartazgo que las promesas de un gobierno “diferente” terminan con más de lo mismo. Únicamente se rota a hombres y mujeres en puestos estratégicos que siempre han sido y serán ocupados por personajes emanados de la misma clase política. Nadie pierde porque la oposición real no existe. Hasta los derrotados ganan: sus arreglos con los vencedores impedirán las investigaciones y las auditorías sobre las corruptelas en su administración. Cambian los nombres pero el saqueo continúa.

Es cierto que los pronósticos fallaron este 4 de julio. Los encuestadores, analistas y demás futurólogos fracasados se ocupan del control de daños. Sus cifras y argumentos apuntaban a un triunfo avasallador del PRI en casi todos los estados. Por eso la jornada estuvo llena de sorpresas. Resulta que los especialistas no se equivocaron, sino que (léase con un tono de solemnidad patriótica) ‘la ciudadanía se volcó a las urnas y manifestó la contundencia de su poder’. Si lo creyera me conmovería.

El destino del país está determinado por fuerzas superiores al voto. El voto sólo le importa a quien lo emite, de eso se trata. Los candidatos se declaran ganadores ante la menor provocación o encuesta de salida. ¿Usted considera que su voto vale cuando -sin que lo hayan contado- observa a su próximo representante celebrando una victoria “irreversible”?

Los nuevos gobernadores la tienen fácil: sueldos extraordinariamente altos, permiso judicial para delinquir, poder absoluto sobre las instituciones y la prensa, un grupo de adoradores asalariados, la aprobación incondicional de al menos la mitad población, la posibilidad de perpetuarse en el poder a través de un sucesor y la plataforma ideal para llegar a Los Pinos. El mito de la alternancia les asegura estos privilegios. ¿Entonces a quién le conviene la “democracia”?

En seis años será lo mismo. ‘¡Cambio, cambio, cambio!’ Cambio por aquí y por allá, pero todos iguales como siempre. Los derrotados de hoy serán los vencedores de mañana. Con las mismas campañas y promesas, con la inagotable confianza de un electorado que no se cansa de creer que ésta, ahora sí, es la buena.

1 comentario:

  1. No estoy de acuerdo Javier, aún cuando todos "fueran iguales" el mismo cambio les mete trabas, cuando trabajé en la SEP me dieron reglas "x si ganaba Moreno Valle", esas reglas van a quedarse, siempre van a saber q las elecciones son de verdad y q nadie (NADIE)sabe quién se quedará de Góber, ya no se podrá pasar de noche TODAS las críticas del contralor ni se podrá poner a tus transas sin fuero, ni muchas cosas a las q estaban acostumbrados los priístas.
    Cambio significa reglas más difíciles para los iguales.
    Este domingo se dio un paso más para la consumación de nuestra débil democracia.

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