Una vez escuché a Carmen Aristegui mencionar que el periodismo es “una especie de contabilidad constante y perpetua de la historia que transcurre”. Su definición del oficio resulta similar a la de otro reportero nato, Ryszard Kapuscinski. El célebre corresponsal polaco también se interesaba por la historia in statu nascendi, por esa sucesión de hechos que, según dijo, “se desarrolla ante nuestros propios ojos, que podemos observar y en cuya evolución podemos participar”.
El regreso de Aristegui a la radio representa el sonido cada vez más escaso del análisis periodístico y un oasis de libre expresión frente al micrófono, pero también una contribución a la posibilidad real de que la historia del México actual se escriba sin omisiones ni maquillaje. La ausencia de Carmen fue para ella un “ayuno involuntario” pero también para su público.
El programa con su apellido en CNN en Español es, por tratarse de televisión de paga, inaccesible para muchos. Sin embargo, constituye el triunfo irrebatible de una comunicadora sobre la censura, la victoria de una periodista que –pese a los intereses opuestos- encarna con su labor las cualidades que se atribuyen al Loto, una flor que crece en tierra pantanosa pero no se ensucia.
Si los puños de un boxeador se consideran un arma, la voz de Aristegui es, por sí misma, un medio masivo de comunicación. Poco importa si sus palabras resuenan en el auditorio de una universidad o en la Frecuencia Modulada, llevan consigo la credibilidad que surge del compromiso cotidiano con la “objetividad”. Éste último, un término que se antoja complicado o utópico pero que es relativamente sencillo de presumir cuando se consideran todas las voces.
El analista Lorenzo Meyer, también colaborador de Aristegui en MVS, asegura que el tema de fondo sigue sin resolverse. Pareciera, advierte Meyer, que el ejercicio de la libertad de expresión sigue subyugado por la “buena voluntad” de las empresas. No obstante, la carrera de Aristegui no demuestra conformismo sino la búsqueda constante de un medio que, sin truncarla, le permita desarrollarse.
La pausa duró poco más de un año. Esos meses no afectaron su agudeza, la vigorizaron. Su regreso, ampliamente comentado y celebrado, es alentador para los periodistas que apuestan a la ética y terminan silenciados por las gruesas letanías sobre políticas editoriales. Por esto, no hay mejor frase que la recordada por Aristegui en sus primeros minutos al aire, cuando citó las palabras de fray Luis de León, quien recuperó su cátedra en la Universidad de Salamanca tras librar el proceso que inició en su contra la Santa Inquisición: “Decíamos ayer…”
El regreso de Aristegui a la radio representa el sonido cada vez más escaso del análisis periodístico y un oasis de libre expresión frente al micrófono, pero también una contribución a la posibilidad real de que la historia del México actual se escriba sin omisiones ni maquillaje. La ausencia de Carmen fue para ella un “ayuno involuntario” pero también para su público.
El programa con su apellido en CNN en Español es, por tratarse de televisión de paga, inaccesible para muchos. Sin embargo, constituye el triunfo irrebatible de una comunicadora sobre la censura, la victoria de una periodista que –pese a los intereses opuestos- encarna con su labor las cualidades que se atribuyen al Loto, una flor que crece en tierra pantanosa pero no se ensucia.
Si los puños de un boxeador se consideran un arma, la voz de Aristegui es, por sí misma, un medio masivo de comunicación. Poco importa si sus palabras resuenan en el auditorio de una universidad o en la Frecuencia Modulada, llevan consigo la credibilidad que surge del compromiso cotidiano con la “objetividad”. Éste último, un término que se antoja complicado o utópico pero que es relativamente sencillo de presumir cuando se consideran todas las voces.
El analista Lorenzo Meyer, también colaborador de Aristegui en MVS, asegura que el tema de fondo sigue sin resolverse. Pareciera, advierte Meyer, que el ejercicio de la libertad de expresión sigue subyugado por la “buena voluntad” de las empresas. No obstante, la carrera de Aristegui no demuestra conformismo sino la búsqueda constante de un medio que, sin truncarla, le permita desarrollarse.
La pausa duró poco más de un año. Esos meses no afectaron su agudeza, la vigorizaron. Su regreso, ampliamente comentado y celebrado, es alentador para los periodistas que apuestan a la ética y terminan silenciados por las gruesas letanías sobre políticas editoriales. Por esto, no hay mejor frase que la recordada por Aristegui en sus primeros minutos al aire, cuando citó las palabras de fray Luis de León, quien recuperó su cátedra en la Universidad de Salamanca tras librar el proceso que inició en su contra la Santa Inquisición: “Decíamos ayer…”
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