El ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, afirmaba que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Esta noción caduca, reforzada por un electorado subestimado desde el poder, mantenía vigente la dictadura del spot que amenazó durante años a la democracia mexicana. Quienes creían que podían gobernar sólo con publicidad fueron derrotados el domingo pasado.
Las campañas mediáticas fueron poco eficaces para los institutos políticos, independientemente de su resultado en las urnas. Si la invasión histórica de millones de spots cumplió los propósitos de la reforma electoral, ¿cómo se explica el enorme abstencionismo? Si la repartición paternalista de tiempo aire pretendía darle equidad al proceso, ¿por qué los partidos grandes continúan siéndolo y los pequeños siguen desahuciados? Porque Goebbels estaba equivocado.
Lo sabe el PAN y su ex dirigente, Germán Martínez, quien se ha convertido en un monumento viviente al servilismo mal pagado. La estrategia de polarización que triunfó en 2006 -cuando millones de mexicanos votaron por Felipe Calderón para salvar del “peligro” a su país- resultó contraproducente esta vez.
En tiempos de crisis y violencia, la exhortación para “apoyar al presidente” estaba destinada a fallar. Lo mismo sucedió con el planteamiento incoherente de que elegir a otros partidos era patrocinar al crimen organizado. Tampoco sirvieron las celebridades: ni la moral fabricada de un luchador, ni el embarazo de una medallista olímpica.
La dictadura del spot intentó trasladar la inocencia de una niña al dirigente de PRD, Jesús Ortega, “el tío Gamboín de la política”, como lo bautizó Rafael Cardona, comentarista de Grupo Fórmula. No funcionaron las disculpas, las cumbias, los diálogos de cocina o la cercanía física de “Chucho” con supuestos desempleados. Quizá “Marianita” convenció a algunos; la mala noticia es que los menores no votan.
Otros que se equivocaron fueron los limosneros del legítimo: PT y Convergencia. Con una credibilidad equiparable a la de una colecta por las ánimas del purgatorio, estos partidos optaron por reforzar en los medios a un personaje que no contendía por ningún puesto y que tampoco lo necesita: en el país imaginario que “gobierna” los caprichos han superado a las leyes.
Los ecologistas celebran su cuarto lugar, sabedores que la campaña pudo arrojar mejores números rumbo al trueque del 2012. El siete por ciento del Partido Verde es una cifra más próxima a los votos nulos que a los partidos grandes. Los anulacionistas no organizaron conciertos, ni recibieron el apoyo “voluntario” de figuras del espectáculo, ni gastaron 30 millones de pesos en playeras.
Los mensajes más creativos en su diseño fueron los del Partido Socialdemócrata, instituto que ahora yace en la fosa común de la representatividad parasitaria. La hipótesis se comprueba: la propaganda en medios fue secundaria, incluso para el Revolucionario Institucional. Los políticos deberán replantear sus estrategias y reconocer que su efectividad dependerá de un electorado que ya se vacunó contra las mentiras de siempre.
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